17.8.12
¿QUE ES LA ILUSTRACION? - MICHEL FOUCAULT
Se recomienda leer el texto de Kant "¿Qué es la Ilustración?" aquí.
I
Ocurre en nuestro tiempo que cuando un diario plantea una pregunta a sus lectores, lo hace para solicitarles su punto de vista en relación con algún tema, sobre el cual cada quien ya tiene su opinión formada. En este caso, quien responde no corre ningún riesgo al no poder informar o enseñar nada nuevo con su respuesta. En el siglo XVIII se prefería interrogar al público sobre auténticos problemas; es decir, preguntas referidas a temas sobre las cuales aún no se tenían respuestas. No sabría decir si esto era más eficaz, pero en todo caso era más entretenido.
* Subrayados (en negritas) de H. Yépez
I
Ocurre en nuestro tiempo que cuando un diario plantea una pregunta a sus lectores, lo hace para solicitarles su punto de vista en relación con algún tema, sobre el cual cada quien ya tiene su opinión formada. En este caso, quien responde no corre ningún riesgo al no poder informar o enseñar nada nuevo con su respuesta. En el siglo XVIII se prefería interrogar al público sobre auténticos problemas; es decir, preguntas referidas a temas sobre las cuales aún no se tenían respuestas. No sabría decir si esto era más eficaz, pero en todo caso era más entretenido.
Siguiendo esta última costumbre, el periódico
alemán Berlinische Monatschrift publicó, en el mes de noviembre de 1784,
una respuesta a la pregunta Was ist Aufklärung? El autor de la respuesta
era Kant.
Quizá se vea en esa respuesta de Kant tan solo
un texto de poca relevancia.
Sin embargo, me parece que ese texto va a
permitir, de modo discreto, la entrada en la historia del pensamiento de una
pregunta que la filosofía moderna no ha sido capaz de responder; pero de la
que, tampoco, ha podido desembarazarse. Ya contamos dos siglos en los que la
filosofía repite esa misma pregunta de modos muy variados. Desde Hegel hasta
Horkheimer o Habermas, pasando por Nietzsche o por Max Weber, casi no hay
filosofía que, de manera directa o indirecta, no se encuentre confrontada con
esta misma pregunta: ¿Cuál es, entonces, este evento que denominamos Aufklärung
y que ha determinado, al menos parcialmente, lo que somos, lo que pensamos
y lo que hacemos hoy día?
Imaginemos que el Berlinische Monatschrift todavía
hoy existiese y plantease a sus lectores la pregunta ¿Qué es la filosofía
moderna? Tal vez podría responderse, como en una suerte de eco en el que
resuena la pregunta formulada a Kant, de este modo: la filosofía moderna es
aquella que intenta responder la pregunta formulada, con tanta imprudencia,
hace dos siglos; a saber, Was ist Aufklärung?
Vale la pena que nos detengamos unos instantes
en el referido texto kantiano. Por varias razones ese texto amerita que
pongamos en él cierta atención; ellas son:
1) Dos meses antes de la respuesta de Kant, el
mismo diario había publicado otra respuesta a la misma pregunta. Esta había
sido formulada, también, a Moisés Mendelsshon. Pero Kant no conocía este texto
cuando él redactó el suyo. Es verdad que no es esta la primera vez que van a
encontrarse los nuevos desarrollos de la cultura judía con el movimiento
filosófico alemán. Ya transcurrían treinta años desde que Mendelsshon
permanecía en esa encrucijada en compañía de Lessing. Sin embargo, hasta ese
entonces sólo se había intentado, ora conseguir un espacio en el pensamiento
alemán para la cultura judía (intento que realizó Lessing en la obra Die
Juden), ora identificar los problemas comunes al pensamiento judío y a la
filosofía alemana (tarea desarrollada por Mendelssohn en la obra Phadön;
oder, Über die Unsterblichkeit der Seele). Las respuestas de estos dos
autores a la misma pregunta formulada por el Berlinische Monatschrift, son
un testimonio del reconocimiento de que tanto la Aufklärung alemana como
la Haskala judía pertenecían a la misma historia. Ambas intentan
identificar los procesos comunes de los que provienen. Tal vez haya sido una
manera de anunciar la aceptación de un destino común, el cual ya sabemos a qué
drama conduciría.
2) Una segunda razón es que el texto de Kant,
en sí mismo y en el marco de la tradición cristiana, plantea un problema nuevo.
No es esta, ciertamente, la primera vez que el pensamiento filosófico intenta
reflexionar sobre su propio presente. Pero se puede decir, de manera
esquemática, que hasta ese momento tal reflexión había adoptado tres formas
principales, a saber: El presente puede
ser representado como perteneciente a una cierta era (âge) del mundo,
distinguida de otras por ciertas características que le son propias, o separada
de otras eras por algún acontecimiento dramático. Así, por ejemplo, en el
diálogo platónico El Político, los interlocutores reconocen su
pertenencia a una de esas revoluciones del mundo en las que éste resulta
girando a la inversa, con todas las consecuencias negativas que ello conlleva.
El
presente puede ser interrogado para intentar descifrar en él los signos
anunciadores de un próximo acontecimiento. En este caso tenemos el principio de
una especie de hermenéutica histórica, de la
cual San Agustín pudiera ser un ejemplo.
El
presente puede ser analizado también, como un punto de transición hacia la
aurora de un nuevo mundo. Es eso lo que describe G.
Vico en el último capítulo de La Scienza Nuova; lo que él ve “hoy” es
“la expansión de la más completa civilización hacia los pueblos sometidos, en
su mayoría, a unos pocos grandes monarcas”, es, también, “la Europa brillando
con una incomparable civilización” en la que abundan “todos los bienes que
componen la felicidad de la vida humana”.
Ahora
bien, la manera en que Kant plantea la cuestión de la Aufklärung es
completamente diferente de las tres formas anteriores: Para Kant, la Aufklärung
no es ni una era del mundo a la que se pertenece, ni un acontecimiento del
cual ya se perciben los signos, ni la aurora de una realización. Kant define la Aufklärung de un modo casi totalmente negativo; la
define como una Ausgang, una “salida”, una “vía de escape” . En otros
textos en los que Kant se ocupa de la historia, se plantean cuestiones de
origen o bien se define la finalidad interna de un proceso histórico. En el
texto sobre la Aufklärung, Kant lidia solamente con la cuestión de la
actualidad. Kant no intenta comprender
el presente en base a una totalidad o una realización futura.
El busca una diferencia: ¿Qué diferencia
introduce el hoy en relación con el ayer?
3) No entraré en el detalle del texto que, a
pesar de su brevedad, no resulta siempre bien claro. Quisiera solamente
precisar tres o cuatro rasgos que me parecen importantes para comprender el
modo como Kant plantea la cuestión filosófica del presente.
Kant indica a continuación[4]
que esa “salida” [Ausgang] que caracteriza a la Aufklärung es un
proceso que nos libera del “estado de tutela”[5] .
Por “estado de tutela” entiende un
cierto estado de nuestra voluntad que nos hace aceptar la autoridad de otros,
para nuestra conducción en los dominios donde conviene hacer uso de la razón.
Al respecto, Kant ofrece tres ejemplos. Estamos en “estado de tutela” cuando un
libro ocupa el lugar de nuestro entendimiento; cuando la guía de un director
espiritual ocupa el lugar de nuestra consciencia; cuando un médico prescribe la
dieta que debemos seguir. Notemos, de pasada, que en estos ejemplos se reconoce
fácilmente el registro de las tres críticas, aun cuando en el texto no se lo
señale de modo explícito. En todo caso, la Aufklärung está definida por
la modificación de la relación preexistente entre la voluntad, la autoridad y
el uso de la razón.
También hay que resaltar que Kant presenta esa
“salida” de manera bastante ambigua. Por una parte, la Ausgang está
caracterizada como un hecho, como un proceso en desarrollo; pero, por otra
parte, Kant la presenta como una tarea y como una obligación. Ya en el primer
párrafo del texto, Kant hace notar que el hombre es, por sí mismo, responsable
de su estado de tutela. En consecuencia, hay
que concebir que el hombre no podrá salir de ese estado sino gracias a un
cambio operado por él mismo sobre sí mismo. Significativamente dice Kant
que esta Aufklärung tiene una “divisa” (Wahlspruch). Ahora bien,
la Wahlspruch es una divisa heráldica, esto es, un rasgo distintivo
gracias al cual uno puede ser reconocido; es, también, una instrucción que uno
se da a sí mismo y que propone a otros. Y, ¿cuál es, pues, esta instrucción? Sapere aude: “atrévete a conocer”,
“ten el coraje, la audacia para conocer”. Así, es necesario considerar a la Aufklärung,
tanto como un proceso en el cual participan los hombres de manera colectiva,
como un acto de coraje que debe ser ejecutado de manera personal. Los hombres son a la vez elementos y
agentes de un mismo proceso. Ellos pueden ser los actores del proceso en la
medida de su participación en este último; y el proceso ocurre en la medida en
que los hombres deciden ser sus actores voluntarios.
Hay una tercera dificultad en el texto de Kant
que corresponde al uso de la palabra Menschheit [humanidad]. Es bien
conocida la importancia de esta palabra en la concepción kantiana de la
historia. ¿Habrá que comprender que el proceso de la Aufklärung abarca a
todo el conjunto de la especie humana? En ese caso habría que imaginar a la Aufklärung
como un cambio histórico que afecta la existencia política y social de
todos los hombres sobre la superficie de la tierra. O, ¿habrá que comprender
que se trata de un cambio que afecta a lo constitutivo de la humanidad del ser
humano? Surge, entonces, la cuestión de saber qué es ese cambio. De nuevo, aquí
la respuesta de Kant no deja de tener cierta ambigüedad. En todo caso, bajo la
apariencia de simplicidad esa respuesta es bastante compleja. Veamos.
Kant define dos condiciones esenciales para
que el hombre salga de su estado de tutela. Estas dos condiciones son, a la
vez, espirituales e institucionales, éticas
y políticas.
La primera
de estas condiciones es que sea claramente distinguido el campo de la
obediencia y el campo del uso de la razón. Para dar
una breve caracterización del estado de tutela, Kant cita la expresión
familiar: “obedezcan, no razonen”. Según Kant, es esta la manera como
normalmente se ejercen la disciplina militar, el poder político y la autoridad
religiosa. La humanidad habrá alcanzado su madurez [deviendra majeure]
no cuando ya no tenga que obedecer, sino cuando se le diga [a los hombres]
“obedezcan, y podrán razonar tanto como quieran”. Hay que notar que la palabra
alemana empleada aquí es “räzonieren”. Esta palabra, también empleada en
las Críticas, no se refiere a un uso cualquiera de la razón, sino a un
uso de la razón en el que ésta no persigue otro fin que ella misma; “räzonieren”
es razonar para razonar. Al respecto Kant ofrece algunos ejemplos que son
triviales en apariencia: pagar los impuestos, pero pudiendo razonar tanto como
se quiera sobre el sistema fiscal, he ahí lo que caracteriza al estado de
madurez [majorité]; también, cuando se es pastor, tomar la
responsabilidad del servicio en una parroquia conforme con los principios de la
iglesia a la que se pertenece, pero pudiendo razonar libremente a propósito de
los dogmas religiosos.
Se podría pensar que no hay en todo esto nada
que sea muy diferente de lo que, desde el siglo XVI, se entiende por la
libertad de consciencia; a saber, el derecho de pensar como se quiera, siempre
y cuando se obedezca como se debe. Ahora bien, es aquí donde Kant hace
intervenir otra distinción[6] ;
y la hace intervenir de un modo bastante sorprendente. Se trata de la
distinción entre el uso privado y el uso público de la razón. Pero, agrega
Kant, de inmediato, que la razón en su uso público debe ser libre y en su uso
privado debe estar sometida. Y ello es lo contrario, término por término, de lo
que ordinariamente se denomina la libertad de consciencia. Sobre esta segunda
distinción debemos ser más precisos. ¿En qué consiste, según Kant, este uso
privado de la razón? ¿Cuál es el dominio de su ejercicio? Dice Kant que el hombre hace uso privado de su razón cuando es “una
pieza de una máquina”; es decir, cuando tiene que cumplir un papel en la
sociedad y tiene que ejercer algunas funciones: ser soldado, tener que
pagar impuestos, estar a cargo de una parroquia, ser funcionario del gobierno;
todo ello hace del ser humano un segmento particular en la sociedad. Se
encuentra uno a sí mismo ocupando una posición definida en la que debe aplicar
reglas y perseguir fines particulares. Kant no solicita que se practique una
obediencia ciega y estúpida; más bien solicita que se haga un uso de la razón
adaptado a esas circunstancias determinadas, y en ese entonces la razón debe
someterse a esos fines particulares. En consecuencia, no puede haber, en este
caso, uso libre de la razón.
Por el contrario, cuando se razona sólo para
hacer uso de la razón, cuando se razona como ser razonable (y no como pieza de
una máquina), cuando se razona como miembro de la humanidad razonable, entonces
el uso de la razón debe ser libre y público. La Aufklärung no es, por
tanto, únicamente el proceso gracias al cual los individuos verían garantizada
su libertad personal de pensamiento. Hay
Aufklärung cuando existe superposición del uso universal, del uso libre
y del uso público de la razón.
Ahora bien, esto nos conduce a una cuarta
pregunta que se le puede formular al texto kantiano. Podemos muy bien concebir
que el uso universal de la razón (fuera de todo fin particular) es asunto del
sujeto mismo como individuo; también se puede concebir que la libertad de este
uso de la razón pueda ser asegurado de manera puramente negativa, gracias a la ausencia
de toda demanda [poursuite] contra dicho uso; pero, ¿cómo asegurar un
uso público de esta razón? Como vemos, la Aufklärung no debe ser
concebida simplemente como un proceso general que afecta a toda la humanidad;
tampoco debe ser concebida solamente como una obligación prescrita a los
individuos: la Aufklärung aparece
ahora como un problema político. En todo caso, el asunto problemático que
se plantea es el de saber cómo puede el uso de la razón tomar la forma pública
que requiere, cómo puede la audacia de conocer ejercerse a la luz del día
mientras que los individuos están siendo obedientes del modo más exacto
posible. Kant concluye su texto proponiendo a Federico II, en términos
levemente velados, una especie de contrato. A este último pudiera llamársele el
contrato entre el despotismo racional y la razón libre: el uso público y libre
de la razón autónoma será la mejor garantía de la obediencia, siempre y cuando
el principio político al que sea menester obedecer esté en conformidad con la
razón universal. Dejemos hasta allí el texto kantiano. De ningún modo considero
que ese texto pueda constituir una descripción adecuada de la Aufklärung, y
pienso que ningún historiador podría sentirse satisfecho con él para el
análisis de las transformaciones sociales, políticas y culturales producidas a
finales del siglo XVIII.
Sin embargo, a pesar del carácter
circunstancial del escrito de Kant, y sin querer otorgarle un lugar exagerado
en la obra completa, creo que se debe destacar la relación que existe entre ese
breve artículo y las tres Críticas. En efecto, Kant describe la Aufklärung
como el momento en el que la humanidad va a hacer uso de su propia razón
sin sometimiento a autoridad alguna. Ahora
bien, es precisamente en un momento como ese que la Crítica se hace
necesaria, puesto que ella tiene por misión la definición de las condiciones
bajo las cuales es legítimo el uso de la razón para determinar lo que se puede
conocer, lo que se debe hacer y lo que se puede esperar. El uso ilegítimo
de la razón hace nacer, por medio de la ilusión, al dogmatismo y la
heteronomía; por el contrario, cuando el uso legítimo de la razón ha sido
claramente definido en sus principios es que puede asegurarse su autonomía. En
algún sentido la Crítica es el libro-guía de la razón que ha alcanzado su
madurez en la Aufklärung, e inversamente, la Aufklärung es la edad de la Crítica. Creo que también
es necesario destacar la relación entre ese texto de Kant y sus otros escritos
sobre la historia. En su mayoría estos escritos se proponen definir la
finalidad interna del tiempo y el punto hacia el cual se encamina la historia
de la humanidad. Ahora bien, el análisis de la Aufklärung, al definir esta historia como el tránsito de la
humanidad hacia su estado de madurez, sitúa a la actualidad en relación con
ese movimiento de conjunto y sus direcciones fundamentales. Pero, al mismo
tiempo, muestra cómo, en ese mismo momento, cada quien aparece como responsable, en cierto modo, del proceso
conjunto. La hipótesis que quisiera proponer es que ese pequeño texto de
Kant se encuentra, de alguna manera, sobre la línea que une los planos de la
reflexión crítica y de la reflexión sobre la historia. Es una reflexión de Kant
sobre la actualidad de su propia empresa filosófica. Sin duda que no es la primera
vez que un filósofo ha dado las razones que le llevan a emprender su obra en
tal o cual momento. Pero me parece que
es la primera vez que un filósofo reúne, de manera estrecha y desde el
interior, el significado de su obra en relación con el conocimiento, una
reflexión sobre la historia y un análisis particular del momento singular en el
que escribe y por causa del cual escribe. Me parece que la novedad de ese
texto es la reflexión sobre el “hoy” como diferencia en la historia y como
motivo para una tarea filosófica particular. Al mirar ese texto del modo que
propongo, me parece que se puede reconocer en él un punto de partida: el esbozo de lo que pudiera llamarse la
actitud de modernidad.
II
Se que frecuentemente se habla de la
modernidad como una época o, al menos, como un conjunto de rasgos
característicos de una época; suele situársela en un calendario en el que
aparecería precedida por una premodernidad más o menos ingenua o arcaica, y
seguida por una enigmática e inquietante “post-modernidad”. Siguiendo este
razonamiento nos preguntamos si la modernidad constituye la continuación y el
desarrollo de la Aufklärung, o si hay que verla como una ruptura o una
desviación en relación con los principios fundamentales del siglo XVIII.
Haciendo
referencia al texto de Kant, me pregunto si no se puede considerar a la
modernidad más bien como una actitud que como un período de la historia. Con “actitud” quiero decir un modo de relación con y frente a la
actualidad; una escogencia voluntaria que algunos hacen; en suma, una manera de pensar y de sentir, una manera, también, de
actuar y de conducirse que marca una relación de pertenencia y,
simultáneamente, se presenta a sí misma como una tarea. Un poco, sin duda, como
aquello que los antiguos griegos denominaban un “ethos”. Por lo
tanto, más que querer distinguir el “período moderno” de las épocas “pre” o
“postmoderna”, creo que sería mejor indagar sobre cómo la actitud de
modernidad, desde su propia formación, se encuentra en lucha con actitudes de
“contra-modernidad”.
Para caracterizar brevemente esta actitud de
modernidad, me referiré a un ejemplo que resulta casi necesario: se trata de
Baudelaire, y ello porque su consciencia de la modernidad es generalmente
reconocida como una de las más agudas en el siglo XIX.
1. Frecuentemente se caracteriza a la
modernidad por la consciencia de la discontinuidad del tiempo: ruptura con la
tradición, sentimiento de la novedad, vértigo de lo que ocurre. Eso es lo que
parece decir Baudelaire cuando
define la modernidad por “lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente”. Pero,
para él, ser moderno no es reconocer y aceptar ese movimiento perpetuo; es, por
el contrario, tomar una cierta actitud en relación con ese movimiento. Y esta
actitud voluntaria, difícil, consiste en retomar algo eterno que no está ni más
allá ni detrás del instante presente, sino en él mismo. La modernidad se distingue de la moda que no hace más que seguir el
curso del tiempo; es la actitud que permite aprehender lo que hay de “heroico”
en el momento presente. La modernidad no es un hecho de sensibilidad ante el
presente fugitivo, es una voluntad de “hacer heroico” [héroïser] el
presente.
Me conformaré con citar lo que dice Baudelaire
sobre la pintura de personajes contemporáneos. Baudelaire se burla de aquellos
pintores que, encontrando bastante feo el modo de vestir de los hombres del
siglo XIX, sólo querían representar togas antiguas. Pero la modernidad de la
pintura no consistirá para él en introducir los trajes negros en el cuadro. El
pintor moderno será aquel que muestre esa sombría y larga levita como “el
vestido necesario de nuestra época”. El
pintor moderno sabrá hacer ver en esa moda del momento la relación esencial,
permanente y obsesiva que nuestra época mantiene con la muerte. “El vestido
negro y la larga levita tienen no sólo su belleza poética, que es expresión de
igualdad universal, sino aún su poética que es la expresión del alma pública;
un inmenso desfile de enterradores, enterradores políticos, enterradores
amantes, enterradores burgueses. Todos celebramos algún entierro”. Para
designar esta actitud de modernidad, Baudelaire hace uso a veces de un litote
que es muy significativo porque se presenta en forma de precepto: “No tienes el
derecho de despreciar el presente”.
2. Por supuesto que este “hacer heroico” es
irónico. En la actitud de modernidad no se trata, en modo alguno, de sacralizar
el momento que pasa para intentar mantenerlo o perpetuarlo. Mucho menos se
trata de recoger el momento presente como una curiosidad fugitiva e
interesante. A esto es lo que Baudelaire llama la actitud de “flânerie”:
la postura de espectador. El flâneur, el ocioso, el espectador que se
pasea, se contenta con abrir los ojos, con poner atención y coleccionar en el
recuerdo. Frente al hombre de flânerie, Baudelaire opone el hombre de
modernidad: “...el va, corre, busca. ¿Qué busca? Con toda seguridad, este
hombre,... este solitario dotado con una activa imaginación, siempre viajero a
través del gran desierto de hombres,
este hombre tiene un fin más elevado que el de un puro flâneur. Un fin
más general, lejos del mero placer fugitivo de la circunstancia. Ese hombre busca algo que se nos permitirá
llamar la modernidad. Para él, se trata de extraer de la moda lo que ésta pueda
contener de poético en lo histórico...”. Como ejemplo de modernidad,
Baudelaire cita al artista Constantin Guys, en apariencia un flâneur, un
coleccionista de curiosidades; para Baudelaire, este artista queda como “el
último doquiera pueda resplandecer la luz, quedar un eco de poesía, pulular la
vida, vibrar la música; doquiera una pasión pueda posar para su mirada,
doquiera el hombre natural y el hombre convencional se muestren en una extraña
belleza, doquiera el sol ilumine las fugaces alegrías del animal depravado”.
Pero no hay que equivocarse. Constantin Guys
no es un flâneur; lo que, según Baudelaire, hace de él el pintor moderno por excelencia es que, justo
cuando el mundo entero adormece, él comienza su trabajo para transfigurar dicho
mundo. Una transfiguración que no es anulación de lo real sino juego
difícil entre la verdad de lo real y el ejercicio de la libertad; en ese juego
las cosas “naturales” se convierten en “más que naturales”, las cosas “bellas”
llegan a ser “más que bellas” y las cosas singulares aparecen “dotadas de una
vida entusiasta como el alma del autor”. Para la actitud de modernidad, el alto
valor que tiene el presente es indisociable de la obstinación tanto en
imaginarlo de modo distinto a lo que es, como en transformarlo, no
destruyéndolo sino captándolo en lo que es. La modernidad baudelairiana es un ejercicio en el que la extrema
atención puesta en lo real se confronta con la práctica de una libertad que,
simultáneamente, respeta y viola lo real.
3. No
obstante, para Baudelaire la modernidad no es simplemente una forma de relación
con el presente; es, también, un modo de relación que hay que establecer
consigo mismo. La actitud voluntaria de modernidad está ligada a un
ascetismo indispensable. Ser moderno no
es aceptarse a sí mismo tal como se es en el flujo de momentos que pasan; es
tomarse a sí mismo como objeto de una elaboración ardua y compleja; es lo
que Baudelaire llama, según el vocabulario de la época, el “dandismo”. No
recordaré aquí pasajes bien conocidos y referidos ora a la naturaleza “vulgar,
terrenal, inmunda”, ora a la rebelión indispensable del hombre contra sí mismo,
ora a la “doctrina de la elegancia” que impone “a sus ambiciosos y humildes
discípulos” una disciplina más despótica que las más terribles de las
religiones; pasajes, en fin, sobre el ascetismo del dandy que hace de su cuerpo, de su comportamiento, de sus
sentimientos y pasiones, de su existencia, una obra de arte.
El hombre
moderno, para Baudelaire, no es aquel que se lanza al descubrimiento de sí
mismo, de sus secretos y de su verdad escondida; es aquel que intenta
inventarse a sí mismo. Esta modernidad no “libera
al hombre en su propio ser”, lo obliga a la tarea de elaborarse a sí mismo.
4. Finalmente agregaré una sola palabra. Este
irónico “hacer heroico” del presente, este juego de la libertad con lo real
para su transfiguración, esta elaboración ascética de sí, no concibe Baudelaire
que puedan encontrar su lugar en la sociedad misma o en el cuerpo político.
Pueden producirse sólo en otro lugar diferente: el que Baudelaire llama el
arte.
No pretendo resumir con estos pocos rasgos ni
ese complejo evento histórico que fue la Aufklärung a fines del siglo
XVIII, ni la actitud de modernidad bajo las diferentes formas que ha podido
tomar en el curso de los dos últimos siglos.
He querido hacer énfasis, por una parte, es el
enraizamiento en la Aufklärung de un tipo de interrogación filosófica
que problematiza, de modo simultáneo, la relación con el presente, el modo de
ser histórico y la constitución de sí mismo como sujeto autónomo. Por otra
parte, he querido insistir en que el hilo que puede unirnos de ese modo a la Aufklärung no es la fidelidad a
ciertos elementos de doctrina, sino, más bien, la permanente reactivación de
una actitud; es decir, de un ethos filosófico que se podría caracterizar
como una crítica permanente de nuestro ser histórico. Quisiera caracterizar
muy brevemente este ethos.
A. Negativamente
1. En principio, este ethos implica que
se rechace lo que con gusto llamaría el “chantaje” a la Aufklärung.
Pienso que la Aufklärung –como conjunto de eventos políticos,
económicos, sociales, institucionales y culturales de los que, en gran medida,
aún dependemos- constituye un dominio privilegiado para el análisis. Pienso
también que como empresa para reunir, por medio de un lazo de relación directa,
el progreso de la verdad y la historia de la libertad, la Aufklärung ha
formulado una pregunta filosófica aún planteada y que nos concierne.
Finalmente, y como lo he mostrado a propósito del texto de Kant, pienso que la Aufklärung
ha definido una cierta manera de filosofar. Pero ello no quiere decir que
haya que colocarse “a favor” o “en contra” de la Aufklärung. De modo
preciso, ello quiere decir, incluso, que hay que rechazar todo cuanto se
presentase en forma de la siguiente alternativa, por lo demás simplista y
autoritaria: o Usted acepta la Aufklärung y se mantiene en la tradición
de su racionalismo (lo que algunos consideran positivo y otros, por el
contrario, como un reproche), o bien Usted critica la Aufklärung e
intenta entonces escapar a esos principios de racionalidad (lo que, de nuevo,
puede ser tomado como bueno o como malo). Y no saldremos del chantaje por el
mero hecho de introducir matices “dialécticos” con el objeto de buscar
determinar lo que haya podido haber de bueno y de malo en la Aufklärung.
Hay que intentar hacer el análisis de nosotros
mismos como seres que, en cierta medida, hemos sido históricamente determinados
por la Aufklärung. Esto implica una serie de indagaciones históricas que
deben ser tan precisas como sea posible, pero que no deben estar orientadas
retrospectivamente hacia el “núcleo esencial de la racionalidad” que se pueda
encontrar en la Aufklärung y que habría que salvar a costa de lo que
fuere. Estarán orientadas hacia “los límites actuales de lo necesario”; es decir,
hacia aquello que no es indispensable, o no lo es más, para la constitución de
nosotros mismos como sujetos autónomos.
2. Esta crítica permanente de nosotros-mismos
debe evitar las confusiones, siempre demasiado fáciles, entre el humanismo y la
Aufklärung. Jamás hay que olvidar que la Aufklärung es un evento
o un conjunto de eventos y de procesos históricos complejos, que se ubican en
un cierto momento del desarrollo de las sociedades europeas. Este conjunto
contiene elementos de transformaciones sociales, tipos de instituciones
políticas, formas del saber, proyectos de racionalización de los conocimientos
y de las prácticas, mutaciones tecnológicas que resulta difícil resumir en una
palabra, aún cuando muchos de estos fenómenos son todavía importantes en la
hora actual. El fenómeno que he destacado, y que me parece haber sido fundador
de toda una forma de reflexión filosófica, concierne sólo al modo de relación
reflexiva con el presente.
El humanismo es algo totalmente distinto. Es
un tema, o más bien un conjunto de temas que han reaparecido muchas veces a lo
largo del tiempo en las sociedades europeas. Esos temas, siempre ligados a
juicios de valor, evidentemente siempre han variado mucho en su contenido, así
como en los valores que han preservado. Han servido, además, como principio
crítico de diferenciación: hubo un humanismo que se presentaba como crítica del
cristianismo o de la religión en general; hubo un humanismo cristiano en
oposición a un humanismo ascético y mucho más teocéntrico (esto, en el siglo
XVII). En el siglo XIX, hubo un humanismo desconfiado, hostil y crítico en
relación con la ciencia; mas, por el contrario, hubo otro que cifraba toda su
esperanza en esa misma ciencia. El marxismo, el existencialismo y el
personalismo también han sido humanismos. Hubo un tiempo en el que se
respaldaron los valores humanistas representados por el nacional-socialismo, y
en el que los mismos estalinistas decían que eran humanistas.
De esto no hay por qué sacar la consecuencia
de que todo cuanto haya podido reclamarse como propio del humanismo tenga que
ser rechazado. Más bien podemos concluir que la temática humanista es, en sí
misma, demasiado dócil, demasiado diversa y demasiado inconsistente como para
servir de eje a la reflexión. Y es un hecho que, al menos desde el siglo XVII,
lo que se denomina humanismo ha estado siempre obligado a tomar asidero en
ciertas concepciones del hombre tomadas prestadas de la religión, de la ciencia
o de la política. El humanismo sirve para colorear y justificar las concepciones
del hombre a las cuales se ha visto obligado a recurrir.
Ahora bien, en relación con esto último, yo
creo que se puede oponer a esa temática –con frecuencia tan recurrente y
siempre dependiente del humanismo- el principio de una crítica y de una creación
permanente de nosotros-mismos en nuestra autonomía: es decir, un principio que
está en el corazón de la consciencia histórica que la Aufklärung ha
tenido de sí misma.
Desde este punto de vista, veo más bien un
estado de tensión entre la Aufklärung y el humanismo que una identidad.
En todo caso, confundirlos me parece peligroso, y por lo demás históricamente
inexacto. Si la cuestión del hombre, de la especie humana, del humanista fue de
importancia a lo largo del siglo XVIII, creo que raras veces se debió a que la Aufklärung
se consideró a sí-misma como un humanismo. Vale la pena hacer notar que, a
lo largo del siglo XIX, la historiografía del humanismo en el siglo XVI
–tan importante para personas como Sainte-Beuve y Burckhardt- fue siempre
distinta, y a veces explícitamente opuesta, a la ilustración y al siglo XVIII.
En el siglo XIX hubo la tendencia a oponerlos, al menos en la misma medida que
a confundirlos. En todo caso creo que, así como hay que escapar del chantaje
intelectual y político relativo a “estar a favor o en contra de la Aufklärung”,
hay que escapar del confusionismo histórico y moral que mezcla el tema del
humanismo y la cuestión de la Aufklärung. Un trabajo que está por
realizarse sería el análisis de las complejas relaciones de la Aufklärung con
el humanismo en el curso de los dos últimos siglos. Este trabajo permitiría
despejar un poco la consciencia que tenemos de nosotros mismos y de nuestro
pasado.
B. Positivamente
Teniendo en cuenta las anteriores
precauciones, resulta obvio que hay que darle un contenido más positivo a lo
que pueda ser un ethos filosófico consistente en una crítica de lo que
decimos, pensamos y hacemos, a través de una ontología histórica de
nosotros-mismos.
1. Este ethos filosófico puede
caracterizarse como una actitud-límite. No se trata de un comportamiento
de rechazo. Debemos escapar de la
disyuntiva ‘afuera-adentro’; hay que colocarse en las fronteras. La crítica
es, por supuesto, el análisis de los límites y la reflexión sobre ellos. Pero
si la pregunta que se planteó Kant fue la de saber cuáles son los límites a los
que el conocimiento debe renunciar a traspasar, me parece que hoy, la pregunta crítica debe retornar a su
forma positiva; a saber, ¿en lo que nos es dado como universal, necesario,
obligatorio, qué lugar ocupa aquello que es singular, contingente y ocasionado
por restricciones arbitrarias? Se trata, en suma, de transformar la crítica
ejercida en la forma de la limitación necesaria, en una crítica práctica que
toma la forma de una transgresión posible [de limitaciones].
Esta transformación trae consigo una
consecuencia inmediata: la crítica ya no
buscará las estructuras formales que tienen valor universal; más bien se
convertirá en una indagación histórica a través de los eventos que nos han llevado
a constituirnos y a reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos,
decimos. En este sentido, tal
crítica no es transcendental, y no tiene como su fin hacer posible una
metafísica: es genealógica en su finalidad y arqueológica en su método.
Arqueológica
–y no transcendental- en el sentido de que no buscará identificar las
estructuras universales de todo conocimiento o de toda acción moral posible,
sino que tratará a los discursos que articulan lo que pensamos, decimos y
hacemos como eventos históricos.
Y esta
crítica será genealógica en el sentido de que no deducirá de la forma de lo que
somos, aquello que nos sea imposible hacer o conocer, sino que desprenderá de
la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos, la posibilidad de no seguir
siendo, pensando o haciendo lo que somos, hacemos o pensamos.
Esta crítica no intenta hacer posible la
metafísica convertida finalmente en ciencia; intenta renovar el esfuerzo, tan
lejana y extensamente como sea posible, del trabajo indefinido de la libertad.
2. Pero, para que no se trate simplemente de
la afirmación o del sueño vacío de la libertad, me parece que esta actitud
histórico-crítica debe ser también una actitud experimental. Quiero decir que
este trabajo realizado en los límites de nosotros mismos debe, por una parte,
abrir un dominio de indagaciones históricas y, por otra parte, someterse a la
prueba de la realidad y de la actualidad, tanto para aprehender los puntos en
los que el cambio es posible y deseable, como para determinar la forma precisa
que haya que darle a ese cambio. Es decir que esta ontología histórica de
nosotros mismos, debe apartarse de todos aquellos proyectos que pretenden ser
globales y radicales.
De hecho, sabemos por experiencia que la
pretensión de escapar del sistema de la actualidad proponiendo los programas
conjuntos, globales, de una sociedad distinta, de un modo de pensar diferente,
de otra cultura, de otra visión del mundo, no han conducido, de hecho, sino a
retornar a las más peligrosas tradiciones.
Prefiero las transformaciones muy precisas que
han podido tener lugar desde hace veinte años en cierto número de dominios
concernientes a modos de ser y de pensar, a relaciones de autoridad, a
relaciones entre los sexos, o a la manera de percibir la locura o la
enfermedad. Prefiero más bien esas transformaciones, incluso parciales, que se
han producido en la correlación del análisis histórico y la actitud práctica,
que las promesas del hombre nuevo que los peores sistemas políticos han
repetido a lo largo del siglo XX. Caracterizaría,
por lo tanto, al ethos filosófico propio de la ontología crítica de
nosotros mismos, como una prueba historíco-práctica de los límites que podemos
traspasar y, por ello, como trabajo de nosotros-mismos sobre nosotros-mismos,
en la medida en que seamos seres libres.
3. Pero, sería completamente legítimo, sin
duda, hacer la siguiente objeción: al limitarse a este género de indagaciones o
de pruebas siempre parciales y locales, ¿no se corre el riesgo de dejarse
determinar por estructuras más generales de las cuales no tenemos ni
consciencia ni control? Ante esta pregunta ofrezco dos respuestas. Es cierto
que hay que renunciar a la esperanza de tener acceso algún día a un punto de
vista que pudiera darnos acceso al conocimiento completo y definitivo de lo que
pueda constituir nuestros límites históricos. Desde este punto de vista, la
experiencia teórica y práctica que tenemos de nuestros límites y de la
posibilidad de ir más allá de ellos está siempre limitada y determinada; por
tanto, siempre estamos en posición de comenzar de nuevo.
Pero ello no quiere decir que todo el trabajo
no pueda hacerse sino en el desorden y la contingencia. El trabajo que propongo
tiene su generalidad, su sistematicidad, su homogeneidad y su apuesta [enjeu].
a) Su apuesta:
Está indicada por lo que pudiéramos llamar “la
paradoja [de las relaciones] de la capacidad y del poder”. Sabemos que la gran
promesa o la gran esperanza del siglo XVIII, o al menos de una parte de él,
estaba centrada en el crecimiento simultáneo y proporcional de la capacidad
técnica de actuar sobre las cosas, y de la libertad de los individuos, unos en
relación con otros. Por lo demás, se puede ver que a través de toda la historia
de las sociedades occidentales (quizá sea aquí donde se encuentre la raíz de su
singular destino histórico, tan particular, tan diferente de otras sociedades
en su trayectoria y tan universalizante y dominante en relación con otras) la
adquisición de capacidades y la lucha por la libertad han constituido elementos
permanentes [de esa historia]. Ahora bien, las relaciones entre crecimiento de
capacidades y crecimiento de la autonomía no son tan simples como se pudo creer
en el siglo XVIII. Y hemos podido ver algunas formas de relaciones de poder que
han sido incubadas dentro de diversas tecnologías (ya se trate de producciones
con fines económicos, instituciones con fines de regulaciones sociales,
técnicas de comunicación): las disciplinas, tanto colectivas como individuales
y los procedimientos de normalización ejercidos en nombre del poder del Estado,
de las exigencias de la sociedad o de regiones de la población, constituyen
algunos ejemplos. La apuesta puede entonces resumirse en la siguiente pregunta:
¿Cómo desconectar el crecimiento de las capacidades y la intensificación de las
relaciones de poder?
b) Homogeneidad:
Esto conduce al estudio de lo que pudiéramos
llamar “los sistemas prácticos”. Se trata de tomar como dominio homogéneo de
referencia, no las representaciones que los hombres se dan de sí mismos, ni
tampoco las condiciones que los determinan sin que ellos lo sepan, sino aquello
que hacen y la manera como lo hacen. Es decir, por una parte, las formas de
racionalidad que organizan las maneras de hacer (lo que pudiéramos llamar su
aspecto tecnológico [de los “sistemas prácticos”]) y, por otra parte, la
libertad con la que actúan en esos sistemas prácticos, reaccionando a lo que
hacen los otros y modificando, hasta cierto punto, las reglas del juego (esto
es lo que pudiera llamarse la vertiente estratégica de esas prácticas). La
homogeneidad de estos análisis histórico-críticos está por tanto asegurada por
ese dominio de prácticas, con sus vertientes tecnológica y estratégica.
c) Sistematicidad:
Estos sistemas prácticos provienen de tres
grandes dominios: el de las relaciones de control sobre las cosas, el de las
relaciones de acción sobre los otros y el de las relaciones consigo mismo. Esto
no quiere decir que ellos sean tres dominios completamente extraños entre sí.
Sabemos bien que el control sobre las cosas está mediado por las relaciones con
los otros, lo que implica, a su vez, relaciones consigo mismo y viceversa. Pero
se trata de tres ejes cuya especificidad e interconexiones hay que analizar: el
eje del saber, el eje del poder y el eje de la ética. En otras palabras, la ontología
histórica de nosotros mismos tiene que responder una serie abierta de
preguntas; tiene por delante la faena de hacer un número no definido de
indagaciones que se pueden multiplicar y precisar tanto como se quiera, mas
respondiendo todas a la siguiente sistematización: cómo nos hemos constituido
como sujetos de nuestro saber, cómo nos hemos constituido como sujetos que
ejercemos o soportamos las relaciones de poder; cómo nos hemos constituido como
sujetos morales de nuestras acciones.
d) Generalidad:
Finalmente, estas indagaciones
histórico-críticas son muy particulares, en el sentido de que ellas versan
siempre sobre un material, una época, un cuerpo de prácticas y discursos
determinados. Pero, al menos en la escala de las sociedades occidentales de las
que provenimos, esas indagaciones poseen su generalidad, en el sentido de que
han sido recurrentes hasta nuestros días. Ejemplo de ello son el problema de
las relaciones entre razón y locura, o entre enfermedad y salud, o entre crimen
y ley; el problema del lugar que hay que darle a las relaciones sexuales, etc.
Pero si evoco esta generalidad, no es para
decir que habrá que reconstruirla en su continuidad metahistórica a través del
tiempo, ni tampoco seguir sus variaciones. Lo que hay que comprender es en qué
medida lo que sabemos de esa generalidad, las formas de poder en ellas
ejercidas y la experiencia que en ella tenemos de nosotros mismos no
constituyen más que figuras históricas determinadas por una cierta forma de
problematización que define objetos, reglas de acción y modos de relación
consigo mismo. El estudio de [los modos de] problematización (es decir,
de lo que no es ni constante antropológica ni variación cronológica) es, por
tanto, la manera de analizar cuestiones de alcance general en su forma
históricamente singular.
Una palabra de resumen para concluir y para
retornar a Kant.
No sé si
algún día alcanzaremos el estado de madurez. Muchas
cosas en nuestra experiencia nos convencen de que el evento histórico de la Aufklärung
no nos ha llevado a ese estado y de que aún no lo alcanzamos. Sin embargo,
me parece que se puede asignar un sentido a la interrogación crítica sobre el
presente y sobre nosotros-mismos que Kant ha formulado al reflexionar sobre la Aufklärung.
Me parece que esa misma interrogación es una manera de filosofar que no ha
dejado de aparecer, con su importancia y su efectividad, durante los dos
últimos siglos. Hay que considerar a la
ontología crítica de nosotros mismos, no ciertamente como una teoría, como una
doctrina, ni siquiera como un cuerpo permanente de un saber que se acumula; hay
que concebirla como una actitud, como un ethos, como una vida
filosófica en la que la crítica de lo que somos es, simultáneamente, un
análisis histórico de los límites que nos son impuestos y un experimento de la
posibilidad de rebasar esos mismos límites.
Esta actitud filosófica debe
traducirse en un trabajo realizado en indagaciones diversas. Ellas tienen su
coherencia metodológica en el estudio, tanto arqueológico como genealógico, de
las prácticas enfocadas, simultáneamente, como un tipo tecnológico de
racionalidad y como un juego estratégico de las libertades. Ellas tienen su
coherencia teórica en la definición de las formas históricamente singulares en
las que han sido problematizadas las generalidades de nuestras relaciones con
las cosas, con los otros y con nosotros mismos. Ellas tienen su coherencia
práctica en el cuidado puesto en someter la reflexión histórico-crítica a la
prueba de prácticas concretas. No sé si
hay que decir, hoy día, que el trabajo crítico implica aún la fe en la
Ilustración; por mi parte, pienso que necesita, siempre, el trabajo sobre
nuestros límites, es decir, una paciente labor que de forma a la impaciencia
por la libertad.
* Subrayados (en negritas) de H. Yépez