25.8.13
JUDITH BUTLER - UNA INTRODUCCION
Mira este video (subtitulado al español):
Primer parte: http://www.youtube.com/watch?v=KkB8O7-jGoM
Segunda parte: http://www.youtube.com/watch?v=z0bpayvVy58
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Primer parte: http://www.youtube.com/watch?v=KkB8O7-jGoM
Segunda parte: http://www.youtube.com/watch?v=z0bpayvVy58
Judith Butler para principiantes
Judith Butler es la autora de uno de los libros más influyentes del pensamiento contemporáneo, El género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad
, donde ya en los años noventa ponía en jaque la idea de que el sexo es
algo natural mientras el género se construye socialmente. Sus trabajos
filosóficos, complejos y muy difíciles de divulgar sin desvirtuar, han
contribuido a construir lo que hoy se conoce como Teoría Queer
y tuvieron un papel fundacional en el desarrollo del movimiento queer.
Esta breve guía se detiene en puntos clave de su pensamiento.
por Leticia Sabsay
[Fuente: Página 12 ]
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Butler y su giro copernicano
Ese giro se produce en torno del género y marcó la evolución de las
concepciones que se venían teniendo al respecto dentro del feminismo.
Cuando en 1990 publica El género en disputa, las ideas se dividían a
grandes rasgos entre las que entendían al género como la interpretación
cultural del sexo y aquellas que insistían en la inevitabilidad de la
diferencia sexual. Ambas presuponían que el “sexo”, entendido como un
elemento tributario de una anatomía que no era cuestionada, era algo
“natural”, que no dependía de las configuraciones sociohistóricas.
Butler plantea que el “sexo” entendido como la base material o
natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el
efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya
marcado por la normativa del género. En otras palabras, que la idea del
“sexo” como algo natural se ha configurado dentro de la lógica del
binarismo del género.
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Judith en el principio de los movimientos queer
Este planteamiento, a partir del cual el sexo y el género son
radicalmente desencializados, desestabilizó la categoría de “mujer” o
“mujeres”, y obligó a la perspectiva feminista a reconcebir sus
supuestos, y entender que “las mujeres”, más que un sujeto colectivo
dado por hecho, era un significante político. Al mismo tiempo, esta
aguda desencialización del género, la idea de que las normas de género
funcionan como un dispositivo productor de subjetividad, sirvió de
fundamento teórico y dio argumentos y herramientas a una serie de
colectivos, catalogados como minorías sexuales, que también, junto a las
mujeres, eran (y continúan siendo) excluidos, segregados, discriminados
por esta normativa binaria del género. En este sentido, el giro
copernicano de Butler ayudó mucho al impulso y la expansión de los
movimientos queer, y también trans e intersex.
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Y el sexo…, ¿dónde está?
La impronta de Michel Foucault, y en particular su trabajo en la
Historia de la sexualidad, es evidente. Ahora bien, si en el caso de
Foucault el dispositivo de la sexualidad no tiene en cuenta el género,
para Butler es esencial. A partir de Butler el género ya no va a ser la
expresión de un ser interior o la interpretación de un sexo que estaba
ahí, antes del género. Como dice la autora, la estabilidad del género,
que es la que vuelve inteligibles a los sujetos en el marco de la
heteronormatividad, depende de una alineación entre sexo, género y
sexualidad, una alineación ideal que en realidad es cuestionada de forma
constante y falla permanentemente.
Es importante insistir en que Butler no quiere decir que el sexo no
exista, sino que la idea de un “sexo natural” organizado en base a dos
posiciones opuestas y complementarias es un dispositivo mediante el cual
el género se ha estabilizado dentro de la matriz heterosexual que
caracteriza a nuestras sociedades. Puesto en otros términos, no se trata
de que el cuerpo no sea material, no se trata de negar la materia del
cuerpo en pos de un constructivismo radical, simplemente se trata de
insistir en que no hay acceso directo a esta materialidad del cuerpo si
no es a través de un imaginario social: no se puede acceder a la
“verdad” o a la “materia” del cuerpo sino a través de los discursos, las
prácticas y normas.
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El género como performance
Antes que una performance, el género sería performativo. Esta
diferencia entre pensar al género como una performance y pensar en la
dimensión preformativa del género no es trivial. Decir que el género es
una performance no es del todo incorrecto, si por ello entendemos que el
género es, en efecto, una actuación, un hacer, y no un atributo con el
que contarían los sujetos aun antes de su “estar actuando”. Sin embargo,
en la medida en que este performar o actuar el género no consiste en
una actuación aislada, “un acto” que podamos separar y distinguir en su
singular ocurrencia, la idea de performance puede resultar equívoca.
Hablar de performatividad del género implica que el género es una
actuación reiterada y obligatoria en función de unas normas sociales que
nos exceden. La actuación que podamos encarnar con respecto al género
estará signada siempre por un sistema de recompensas y castigos. La
performatividad del género no es un hecho aislado de su contexto social,
es una práctica social, una reiteración continuada y constante en la
que la normativa de género se negocia. En la performatividad del género,
el sujeto no es el dueño de su género, y no realiza simplemente la
“performance” que más le satisface, sino que se ve obligado a “actuar”
el género en función de una normativa genérica que promueve y legitima o
sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación del género que una
deviene es el efecto de una negociación con esta normativa.
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Poderes y políticas
Hablar de género es hablar de relaciones de poder. Hay que tener muy
en cuenta que en esta negociación, el no encarnar el género de forma
normativa o ideal supone arriesgar la propia posibilidad de ser
aceptable para el otro, y no sólo esto, sino también, incluso, supone
arriesgar la posibilidad de ser legible como sujeto pleno, o la
posibilidad de ser real a los ojos de los otros, y aun más, supone en
muchos casos arriesgar la propia vida. En este sentido, la oportunidad
política a la que abren los señalamientos de Butler se debe a que si el
género no existe por fuera de esta actuación, y las normas del género
tampoco son algo distinto que la propia reiteración y actuación de esas
mismas normas, esto quiere decir que ellas están siempre sujetas a la
resignificación y a la renegociación, abiertas a la transformación
social. Estas normas que son encarnadas por los sujetos pueden
reproducirse de tal modo que la normas hegemónicas del género queden
intactas. Pero también estas normas viven amenazadas por el hecho de que
su repetición implique un tipo de actuación que pervierta, debilite o
ponga en cuestión esas mismas normas, subvirtiéndolas y
transformándolas. Esta inestabilidad constitutiva de las normas es una
oportunidad política.
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La aparición de la homosexualidad
En paralelo con otras autoras que también han revisado el hecho de
que las ideas que conlleva el género han sido tributarias de la matriz
heterosexual –como por ejemplo Monique Wittig, Adrienne Rich o Gayle
Rubin– los planteamientos de Butler apuntan a señalar que los ideales de
masculinidad y feminidad han sido configurados como presuntamente
heterosexuales. Si desde el esquema freudiano, por ejemplo, se parte de
la idea normativa de que la identificación (con un género) se opone y
excluye la orientación del deseo (se deseará el género con el cual no
nos identificamos) –identificarse como mujer implicaría que el deseo
debería orientarse hacia la posición masculina, y viceversa–, Butler
planteará que esto no es necesariamente así. (Este es el prejuicio que
permite entender el hecho de que históricamente se haya pensado en la
idea de que un hombre que desea a otros hombres tenderá a ser
necesariamente afeminado, y lo mismo en el caso de las mujeres, que si
desean lo femenino, esto deberá asociarse con la identificación con lo
masculino)
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La ley del deseo
Desde el punto de vista de Butler, deseo e identificación no tienen
por qué ser mutuamente excluyentes. Y aún más, ni siquiera, ni tampoco,
éstos tendrían por qué ser necesariamente unívocos. No hay ninguna razón
esencial que justifique que una debe identificarse unívoca e
inequívocamente con un género completa y totalmente. Asimismo, tampoco
habría ninguna necesidad en que una deba orientar su deseo hacia un
género u otro. Tal es el caso por ejemplo de la bisexualidad.
En tanto ideales a los que ningún sujeto puede acceder de forma
absoluta, masculinidad y feminidad pueden ser –y de hecho son–
distribuidos, encarnados, combinados y resignificados de formas
contradictorias y complejas en cada sujeto. Y no hay encarnaciones o
actuaciones de la feminidad o de la masculinidad que sean más auténticas
que otras, ni más “verdaderas” que otras. Lo que habría, en todo caso,
son formas de negociación de estos ideales más sedimentados, y por ende
naturalizados o legitimados que otros, lo que consecuentemente los
vuelve “más respetables” de acuerdo con un imaginario social que
continúa siendo primordialmente heterocéntrico.
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Leticia Sabsay
Socióloga (UBA) Doctora por la Universidad de Valencia. Sus temas de investigación abordan la articulación de los conceptos de género, subjetividad y ciudadanía en la teoría feminista contemporánea. Participò con Judith Butler en el dictado del Seminario de doctorado “Performatividad, género y teoría social: la revisión de la categoría de sujeto”, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Socióloga (UBA) Doctora por la Universidad de Valencia. Sus temas de investigación abordan la articulación de los conceptos de género, subjetividad y ciudadanía en la teoría feminista contemporánea. Participò con Judith Butler en el dictado del Seminario de doctorado “Performatividad, género y teoría social: la revisión de la categoría de sujeto”, que tuvo lugar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.