19.1.06

 

IMPERIO

por Michael Hardt - Antonio Negri


Traducción: Eduardo Sadier

De la edición de Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 2000

Cada herramienta es un arma si la sostienes con firmeza.

Ani DiFranco

Los hombres luchan y pierden la batalla, y aquello por lo que peleaban llega, pese a su derrota, y luego ya no parece ser lo que creían, y otros hombres deben luchar por lo que creen, bajo otro nombre.

William Morris


Prefacio

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales. Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando -en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estados-naciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente. Los factores primarios de la producción y el intercambio -dinero, tecnología, gente y bienes- se mueven con creciente facilidad a través de los límites nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1 De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos bajo una única lógica de mando. Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.
La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estado-nación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.

Por "Imperio", sin embargo, entendemos algo diferente de imperialismo". Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación. El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc. Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y deterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas. El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.

La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos (Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado. El capital parece enfrentar a un mundo suavizado - o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, desterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se superponen e infiltran crecientemente entre sí.

Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana. La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal. Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.
Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por "constitución" queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma plenamente realizada.

Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra "Imperio" no como una metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto, que pide primariamente un acercamiento teórico. 2 El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo "civilizado". Ninguna frontera territorial limita su reinado. Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser. El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia. Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder. Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos. Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial - y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger. Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.

La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente - paralelamente, como sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3 Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita - o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.

Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía, y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar contra el Imperio.5
Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.
Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4 intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas de un movimiento más allá del Imperio.

Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la construcción del Imperio.

PARTE 1

LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PRESENTE

1.1

ORDEN MUNDIAL




El capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando
es el Estado.
Fernand Braudel

Hacen matanzas y lo llaman paz.
Tácito



La problemática del Imperio está determinada en primer lugar por un hecho simple: que hay un orden mundial. Este orden se expresa como una formación jurídica. Nuestra tarea inicial, entonces, es comprender la constitución del orden que hoy se está formando. Sin embargo, eliminaremos desde el principio dos concepciones habituales de este orden que residen en extremos opuestos del espectro: primero, la noción de que el orden presente emerge espontáneamente, por fuera de las interacciones de fuerzas globales radicalmente heterogéneas, como si este orden fuese un concierto armonioso orquestado por las manos naturales y neutrales del mercado mundial; y segundo, la idea de que este orden es dictado por un único poder y un único centro de racionalidad, trascendente a las fuerzas globales, guiando las diversas fases del desarrollo histórico de acuerdo con un plan consciente y previsor, algo así como una teoría conspirativa de la globalización. 1

Naciones Unidas

Antes de investigar la constitución del Imperio en términos jurídicos, debemos analizar con cierto detalle el proceso constitucional que ha venido a definir las categorías jurídicas centrales, y en particular prestar mucha atención al proceso de la prolongada transición desde el derecho soberano de los Estados-nación (y el derecho internacional que provino de allí) hasta las primeras figuras globales posmodernas del derecho imperial. En una primera aproximación puede pensarse en esto como en la genealogía de las formas jurídicas que condujeron hacia, y ahora más allá de, el rol supranacional de las Naciones Unidas y sus diversas instituciones afiliadas.

Está ampliamente reconocido que la noción de orden internacional que la modernidad europea continuamente ha propuesto y repropuesto, al menos desde la Paz de Westfalia, se halla en crisis.2 De hecho, siempre estuvo en crisis, y esta crisis ha sido uno de los motores que empujó permanentemente hacia el Imperio. Tal vez esta noción del orden internacional y sus crisis debe ser fechada desde el tiempo de las Guerras Napoleónicas, como claman algunos estudiosos, o tal vez su origen se ubique en el Congreso de Viena y el establecimiento de la Santa Alianza.3 En cualquier caso, no quedan dudas que para la época de la Primera Guerra Mundial y el nacimiento de la Liga de las Naciones, se había establecido definitivamente una noción del orden internacional junto con la de sus crisis. El nacimiento de las Naciones Unidas al final de la Segunda Guerra Mundial simplemente reinició, consolidó y extendió este desarrollado orden jurídico internacional, que fue al principio europeo, pero progresivamente se ha vuelto completamente global. Las Naciones Unidas pueden ser, en efecto, comprendidas como la culminación de todo este proceso constitutivo, culminación que tanto revela las limitaciones de la noción de orden internacional como apunta, más allá de él, hacia una nueva noción de orden global. Uno puede por cierto analizar la estructura jurídica de la ONU en términos puramente negativos, y llorar sobre el poder declinante de los Estados-nación en el contexto internacional, pero debemos reconocer también que la noción de derecho definido por la Carta de la ONU también apunta hacia una nueva fuente positiva de producción jurídica, efectiva a escala global - un nuevo centro de producción normativa que puede jugar un rol jurídico soberano. La ONU funciona como una bisagra en la genealogía que va desde las estructuras jurídicas internacionales hacia las globales. Por un lado, la totalidad de la estructura conceptual de la ONU predica sobre el reconocimiento y la legitimación de la soberanía de los estados individuales, plantándose de este modo en el viejo marco del derecho internacional definido por pactos y tratados. Por otro lado, sin embargo, este proceso de legitimación es efectivo sólo en la medida que transfiere el derecho soberano a un centro supranacional real. No es nuestra intención aquí criticar o lamentar las serias (y a veces trágicas) insuficiencias de este proceso; en realidad estamos interesados en las Naciones Unidas y el proyecto de orden internacional no como un fin en sí mismo, sino como una palanca histórica real que empuja hacia delante la transición a un adecuado sistema global. Son precisamente las insuficiencias del proceso las que lo hacen efectivo.

Para aproximarnos más a esta transición en términos jurídicos es útil leer la obra de Hans Kelsen, una de las figuras intelectuales centrales detrás de la formación de las Naciones Unidas. Ya en 1910 y 1920 Kelsen propuso que el sistema jurídico internacional fuera concebido como la fuente suprema de cada constitución y formación jurídica nacional. Kelsen arribó a esta propuesta a través de sus análisis de las dinámicas formales del ordenamiento particular de los Estados. Los límites del Estado-nación, sostuvo, constituyen un obstáculo infranqueable a la realización de la idea del derecho. Para Kelsen, el ordenamiento parcial de las leyes domésticas de los Estados-naciones debe apoyarse necesariamente en la universalidad y objetividad del ordenamiento internacional. Esto último no sólo es lógico sino también ético, puesto que pondría fin a los conflictos entre estados de poder desigual y afirmaría una igualdad que es el principio de la verdadera comunidad internacional. Tras la secuencia formal que describió Kelsen, entonces, había un impulso real y sustancial de modernización civilizadora. Kelsen pensó, de un modo Kantiano, en un concepto de derecho que se volviera una "organización de la humanidad y [pudiera] en consecuencia identificarse con la suprema idea ética". 4 Quiso ir más allá de la lógica del poder en las relaciones internacionales, de modo que "los estados particulares puedan ser vistos jurídicamente como entidades de igual rango" y así podría formarse un "estado mundial y universal", organizado como una "comunidad universal superior a los estados particulares, incorporándolos a todos dentro de sí misma".5

Fue adecuado, por lo tanto, que Kelsen pudiera tener luego el privilegio de participar de las reuniones en San Francisco que fundaron las Naciones Unidas, y viera realizadas sus hipótesis teóricas. Por él las Naciones Unidas organizaron una idea racional.6 Le dieron movimiento a una idea del espíritu; propusieron una base real efectiva para un esquema trascendental de validación del derecho, situado por sobre el Estado-nación. La validez y eficacia del derecho podían ahora unirse en la suprema fuente jurídica, y con estas condiciones la noción de Kelsen de una norma fundamental podría finalmente ser realizada.

Kelsen concibió la construcción formal y validez del sistema como independiente de la estructura material que lo organizara, pero en realidad la estructura debía existir de algún modo y organizarse materialmente. ¿Cómo podría construirse el sistema? Este es el punto en que el pensamiento de Kelsen deja de tener utilidad para nosotros: queda como una mera utopía fantástica. La transición que deseamos estudiar consiste precisamente en esta brecha entre la concepción formal que sustenta la validez del proceso jurídico en una fuente supranacional y la realización material de esta concepción. La vida de las Naciones Unidas, desde su fundación hasta el fin de la Guerra Fría, ha sido una larga historia de ideas, compromisos y experiencias limitadas, orientadas más o menos hacia la construcción de dicho orden supranacional. Los aportes de este proceso son obvios, y no es necesario describirlos aquí en detalle. Ciertamente el dominio de las Naciones Unidas sobre el marco general del proyecto supranacional entre 1945 y 1989 llevó a algunas de las consecuencias teóricas y prácticas más perversas. Y, sin embargo, esto no fue suficiente para detener la constitucionalización de un poder supranacional.7 En las ambiguas experiencias de las Naciones Unidas comenzó a tomar forma el concepto jurídico del Imperio.
Las respuestas teóricas hacia la constitucionalización de un poder mundial supranacional, sin embargo, han sido totalmente inadecuadas. En lugar de reconocer lo que era realmente nuevo en estos procesos supranacionales, la gran mayoría de los juristas teóricos apenas intentó resucitar modelos anacrónicos para aplicar a los problemas nuevos. Mayoritariamente, de hecho, los modelos que presidieron el nacimiento de los Estados-naciones fueron simplemente desempolvados y vueltos a proponer como esquemas interpretativos para la lectura de un poder supranacional. Así, la "analogía doméstica" se volvió la herramienta metodológica fundamental en el análisis de las formas de orden internacional y supranacional.8 Dos líneas de pensamiento han sido particularmente activas durante esta transición, y a modo de simplificación, podemos concebirlas como resurrecciones de las ideologías Hobbesiana y Lockeana que en otra era dominaron las concepciones europeas del Estado soberano.

Las variantes Hobbesianas enfocaron primariamente la transferencia del título de soberanía y concibieron a la constitución de la entidad soberana supranacional como un acuerdo contractual basado en la convergencia de sujetos estatales preexistentes.9 Un nuevo poder trascendente, "tertium super partes", concentrado básicamente en las manos de los militares (aquellos que gobiernan sobre la vida y la muerte, el Hobbesiano "Dios y Tierra"), es, según esta escuela, el único medio capaz de constituir un sistema internacional seguro y así superar la anarquía que los Estados soberanos necesariamente producen.10 Contrariamente, según la variante Lockeana, el mismo proceso se proyecta en términos más descentralizados y pluralistas. En este marco, cuando se logra la transferencia hacia un centro supranacional, emergen redes de contrapoderes locales, constitucionalmente efectivas para contestar y/o apoyar a la nueva figura del poder. Más que seguridad global, entonces, lo que aquí se propone es constitucionalismo global, o, en verdad, esto equivale a un proyecto para superar los imperativos del Estado, constituyendo una sociedad civil global. Estos slogan están hechos para evocar los valores del globalismo que habrán de imbuir al nuevo orden internacional, o, realmente, a la nueva democracia transnacional.11 Mientras la hipótesis Hobbesiana enfatiza el proceso contractual que origina una nueva unidad y un poder supranacional trascendental, la hipótesis Lockeana apunta hacia los contrapoderes que animan al proceso constitutivo y apoyan al poder supranacional. En ambos casos, sin embargo, el nuevo poder global es presentado meramente de modo análogo a la concepción clásica del poder soberano nacional de los Estados. En lugar de reconocer la nueva naturaleza del poder imperial, las dos hipótesis simplemente insisten en las antiguas formas heredadas de la constitución del Estado: una forma monárquica en el caso Hobbesiano, una forma liberal en el Lockeano.

Aunque dadas las condiciones en las que fueron formuladas estas teorías (durante la Guerra Fría, cuando las Naciones Unidas apenas avanzaban hacia delante con dificultad), debemos reconocer la gran visión de estos teóricos, y comprender que no podían adelantarse a la gran novedad de los procesos históricos que estamos presenciando actualmente.12 En este sentido, estas teorías pueden y se han vuelto dañinas, pues no reconocieron el ritmo acelerado, la violencia y la necesidad con la que opera el nuevo paradigma imperial. Lo que no comprendieron es que la soberanía imperial marca un cambio de paradigma. Paradójicamente (aunque en realidad no sea paradójico), sólo la concepción de Kelse apuntó al problema real, aún cuando esa concepción se limitara a un punto de vista estrictamente formal. ¿Qué poder político que ya exista o pueda ser creado, se preguntó, es apto para una globalización de las relaciones económicas y sociales? ¿Qué fuente jurídica, qué norma fundamental, y qué comando puede sostener un nuevo orden y evitar la caída en el desorden global?

La Constitución del Imperio

Muchos teóricos contemporáneos se resisten a reconocer a la globalización de la producción capitalista y su mercado mundial como una situación fundamentalmente nueva y un cambio histórico significativo. Los teóricos asociados con la perspectiva del sistema - mundo, por ejemplo, argumentan que desde su inicio el capitalismo ha funcionado siempre como una economía mundial, y por lo tanto, aquellos que claman por la novedad de su actual globalización sólo no habían comprendido su historia.13 Ciertamente, es importante enfatizar tanto la relación fundacional continua del capitalismo hacia (o, al menos una tendencia hacia) el mercado mundial como los ciclos expansivos del desarrollo del capitalismo; pero la adecuada atención sobre el ab origine universal o las dimensiones universalistas del desarrollo capitalista no deben enceguecernos ante la ruptura o cambio entre la producción capitalista contemporánea y las relaciones globales de poder. Creemos que este cambio vuelve perfectamente claro y posible para el proyecto capitalista actual juntar al poder económico con el político, para realizar, en otras palabras, un adecuado orden capitalista. En términos constitucionales, los procesos de globalización ya no son sólo un hecho sino, también, una fuente de definiciones jurídicas que tienden a proyectar una figura supranacional única de poder político.
Otro teóricos se resisten a reconocer un cambio mayor en las relaciones globales de poder, porque observan que los Estados-nación capitalistas dominantes continúan ejerciendo una dominación imperialista sobre las otras naciones y regiones del mundo. Desde esta perspectiva, las tendencias contemporáneas hacia el Imperio no representarían un fenómeno nuevo, sino, simplemente, un perfeccionamiento del imperialismo.14 Sin subestimar estas importantes y ciertas líneas de continuidad, sin embargo, pensamos que es importante observar que lo que solía ser competencia o conflicto entre diversas potencias imperialistas ha sido reemplazado, en gran medida, por la idea de un poder único que las sobredetermina a todas, estructurándolas de un modo unitario, y tratándolas con una noción común del derecho que es, decididamente, poscolonial y posimperialista. Este es, en verdad, el punto de partida de nuestro estudio sobre el Imperio: una nueva noción del derecho, o, más aún, una nueva inscripción de la autoridad y un nuevo diseño de la producción de normas e instrumentos legales de coerción que garanticen los contratos y resuelvan los conflictos.
Debemos señalar aquí que le hemos prestado especial atención a las formas jurídicas de la constitución del Imperio, en el comienzo de nuestro estudio, no por ningún interés disciplinario específico - como si el derecho o la ley en sí mismos, como agentes de regulación, fueran capaces de representar al mundo social en su totalidad - sino porque proveen un buen índice de los procesos de constitución imperial. Las nuevas formas jurídicas revelan una primera visión de la tendencia hacia la regulación centralizada y unitaria del mercado mundial y las relacione globales de poder, con todas las dificultades que presenta dicho proyecto. Las transformaciones jurídicas apuntan efectivamente hacia cambios en la constitución material del orden y poder mundial. La transición que hoy observamos, desde la ley internacional tradicional, que fue definida por contratos y tratados, hacia la definición y constitución de un nuevo poder mundial supranacional, soberano (y así hacia una noción imperial del derecho), aunque incompleta, nos da un marco en el cual leer los procesos sociales totalizantes del Imperio. En efecto, la transformación jurídica funciona como un síntoma de las modificaciones de la constitución material biopolítica de nuestras sociedades. Estos cambios se refieren no sólo a la ley internacional y las relaciones internacionales, sino también a las relaciones internas de poder de cada país. Estudiando y criticando las nuevas formas de la ley internacional y supranacional, entonces, estaremos siendo simultáneamente empujados hacia el núcleo de la teoría política del Imperio, donde el problema de la soberanía supranacional, su fuente de legitimación y su ejercicio pondrá en foco problemas políticos, culturales y, finalmente, ontológicos.

Para aproximarnos al concepto jurídico de Imperio, debemos observar primero la genealogía del concepto, lo que nos dará algunos términos preliminares para nuestra investigación. El concepto nos llega de una larga tradición, primariamente europea, que retrocede, por lo menos, hasta la antigua Roma, donde la figura jurídico-política de Imperio se asoció íntimamente con los orígenes cristianos de las civilizaciones europeas. Allí, el concepto de Imperio unió categorías jurídicas y valores éticos universales, haciéndolos funcionar juntos como un todo orgánico. Esta unión ha funcionado continuamente dentro del concepto, cualesquiera fuesen las vicisitudes de la historia del Imperio. Cada sistema jurídico es, de algún modo, la cristalización de un conjunto de valores, porque la ética forma parte de la materialidad de cada fundación jurídica, pero el Imperio - y en particular la tradición Romana de derecho imperial - es peculiar en cuanto empuja la coincidencia y universalidad de lo ético y lo jurídico hasta el extremo: en el Imperio hay paz, en el Imperio hay garantía de justicia para todos. El concepto de Imperio es presentado como un concierto global bajo la dirección de un único conductor, un poder unitario que mantiene la paz social y produce sus verdades éticas. Y para alcanzar estos fines, al poder único se le otorga la fuerza necesaria para conducir, cuando sea necesario, "guerras justas" en las fronteras, contra los bárbaros, e internamente contra los rebeldes.15
Desde el principio, entonces, el Imperio pone en marcha una dinámica ético-política que yace en el centro de su concepto jurídico. Este concepto jurídico incluye dos tendencias fundamentales: primero, la noción de un derecho que se afirma en la construcción de un nuevo orden que abarca la totalidad del espacio de lo que se considera civilización, un espacio universal, ilimitado; y, segundo, una noción de derecho que abarca a todo el tiempo dentro de su fundación ética. En otras palabras, el Imperio presenta su orden como permanente, eterno y necesario.

En la tradición Germánico-romana que persistió por toda la Edad Media, estas dos nociones del derecho se mantuvieron unidas.16 A comienzos del Renacimiento, sin embargo, con el triunfo del secularismo, estas dos nociones fueron separadas, y cada una se desarrolló independientemente. Por un lado, emergió en el pensamiento político europeo moderno una concepción del derecho internacional, y por otro, se desarrollaron utopía de "paz perpetua". En el primer caso, el orden que el Imperio Romano había prometido se pensó, mucho después de su caída, a través de un mecanismo de tratados que construiría un orden internacional entre Estados soberanos operando análogamente a los mecanismos contractuales que garantizaban el orden entre el Estado-nación y su sociedad civil. Pensadores desde Grotius hasta Puffendorf teorizaron este proceso en términos formales. En el segundo caso, la idea de "paz perpetua" reapareció continuamente a lo largo de la Europa moderna, desde Bernardin de Saint Pierre hasta Immanuel Kant. Esta idea se presentó como un ideal de la razón, una "luz" que debía criticar y también unir el derecho con la ética, una supuesta trascendencia del sistema jurídico y esquema ideal de razón y ética. Las alternativas fundamentales entre estas dos razones corrieron a lo largo de la modernidad europea, incluyendo a las dos grandes ideologías que definieron su fase madura: la ideología liberal que descansa en el concierto pacífico de las fuerzas jurídicas y su suspensión en el mercado; y la ideología socialista, que apunta a la unidad internacional a través de la organización de las luchas y la suspensión del derecho.

¿Sería correcto decir, entonces, que estos dos desarrollos diferentes de la noción del derecho que persistieron juntos durante los siglos de la modernidad tienden hoy a estar unidos y presentados como una categoría única? Sospechamos que éste es el caso, y que en la posmodernidad la noción de derecho debe ser entendida nuevamente en los términos del concepto de Imperio. Pero, aunque gran parte de nuestra investigación circulará alrededor de esta cuestión, no nos parece una buena idea saltar tan rápido a una conclusión definitiva, aunque aquí nos estemos limitando al análisis exclusivo de la noción de derecho. Si podemos reconocer ya, sin embargo, algunos síntomas importantes del renacimiento del concepto de Imperio - síntomas que funcionan como provocaciones lógicas alzándose sobre el terreno de la historia, que la teoría no puede ignorar.

Un síntoma, por ejemplo, es el renovado interés en el concepto de bellum justum, o "guerra justa", y su efectividad. Este concepto, que estuvo orgánicamente ligado a los antiguos órdenes imperiales y cuya rica y compleja genealogía retrocede hasta la tradición bíblica, ha comenzado a reaparecer recientemente como narrativa central de las discusiones políticas, particularmente en el transcurso de la Guerra del Golfo. 17 Tradicionalmente, este concepto descansa primariamente en la idea que cuando un Estado se halla a sí mismo confrontado con una amenaza de agresión que puede poner en peligro su integridad territorial o independencia política, tiene un jus ad bellum (derecho a hacer guerra).18 Hay ciertamente algo problemático en esta renovada atención sobre el concepto de bellum justum, que la modernidad, o el secularismo moderno, tanto ha tratado de eliminar de la tradición medieval. Los conceptos tradicionales de guerra justa involucran la banalización de la guerra y la celebración de ella como instrumento ético, dos ideas que el pensamiento político moderno y la comunidad internacional de Estados-nación han rechazado resueltamente. Estas dos características tradicionales han reaparecido en nuestro mundo posmoderno: por un lado, la guerra es reducida al status de acción policial, y por otro, el nuevo poder que puede ejercer funciones éticas legítimamente por medio de la guerra, es sacralizado.

Lejos de repetir nociones antiguas o medievales, sin embargo, los conceptos actuales presentan algunas innovaciones ciertamente fundamentales. La guerra justa ya no es, en ningún sentido, una actividad de defensa o resistencia, como lo fue, por ejemplo, en la tradición cristiana desde San Agustín hasta los escolásticos de la Contrarreforma, como una necesidad de la "ciudad mundial" para garantizar su propia supervivencia. Se ha vuelto, en verdad, una actividad que se justifica por sí misma. En este concepto de guerra justa se combinan dos elementos distintos: primero, la legitimación del aparato militar, en tanto está éticamente basado, y, segundo, la efectividad de la acción militar para alcanzar la paz y el orden deseados. La síntesis de estos dos elementos puede, incluso, ser un factor clave determinando la fundación y la nueva tradición del Imperio. Hoy el enemigo, como la misma guerra, es, al mismo tiempo, banalizado (reducido a un objeto de represión policial rutinaria) y absolutizado (como El Enemigo, una amenaza absoluta al orden ético). La Guerra del Golfo nos ha brindado tal vez el primer ejemplo plenamente articulado de esta nueva epistemología del concepto.19 La resurrección del concepto de guerra justa puede ser sólo un síntoma de la emergencia del Imperio, ¡pero qué sugestivo y potente!


El Modelo de Autoridad Imperial


Debemos evitar definir el pasaje hacia el Imperio en términos puramente negativos, desde el punto de vista de los que no es, como, por ejemplo, hacemos al decir: El nuevo paradigma está definido por la declinación definitiva de los Estados-nación soberanos, por la desregulación de los mercados internacionales, por el fin de los conflictos antagónicos entre sujetos Estado, y así en más. Si el nuevo paradigma consistiera sólo en esto, entonces sus consecuencias serían verdaderamente anárquicas. El poder, sin embargo - y Michel Foucault no fue el único en enseñarnos esto - teme y detesta al vacío. El nuevo paradigma ya funciona en términos completamente positivos - y no podría ser de otro modo.

El nuevo paradigma es tanto sistema como jerarquía, construcción centralizada de normas y producción extendida de legitimación, extendido por todo el mundo. Se ha configurado ab inicio como una estructura sistémica flexible y dinámica, articulada horizontalmente. Concebimos la estructura, mediante algún tipo de síntesis intelectual, como un híbrido entre la teoría de sistemas de Niklas Luhmann y la teoría de la justicia de John Rawl.20 Algunos llaman a esta situación "gobierno sin gobierno", para indicar la lógica estructural, a veces imperceptible pero siempre y cada vez más efectiva, que sumerge a todos los actores dentro del orden del conjunto. 21 La totalidad sistémica tiene una posición dominante en el orden global, rompiendo resueltamente con toda dialéctica previa y desarrollando una integración de actores que parece ser lineal y espontánea. Al mismo tiempo, sin embargo, la efectividad del consenso bajo la suprema autoridad del ordenamiento aparece aún más claramente. Todos los conflictos, todas las crisis y todos los disensos empujan efectivamente hacia delante el proceso de integración, y por lo mismo, reclaman una mayor autoridad central. La paz, el equilibrio y el cese de los conflictos son valores hacia los que todo se dirige. El desarrollo del sistema global (y del derecho imperial, en primer lugar) parece ser el desarrollo de una máquina que impone procedimientos de contractualización continua, que conducen al equilibrio sistémico - una máquina que crea un continuo pedido por la autoridad. La máquina parece predeterminar el ejercicio de la autoridad y la acción a través de la totalidad del espacio social. Cada movimiento está fijado y puede buscar su propio espacio designado sólo dentro del propio sistema, en la interrelación jerárquica que le ha sido acordada. Este movimiento preconstituido define la realidad del proceso de la constitucionalización imperial del orden mundial - el nuevo paradigma.

Este paradigma imperial es cualitativamente diferente de los diversos intentos de definir un proyecto de orden internacional en el período de la transición. 22 Mientras las perspectivas previas, transicionales, ponían su atención en las dinámicas legitimadoras que conducirían a un nuevo orden, en el nuevo paradigma es como si el nuevo orden ya estuviera constituido. La indivisibilidad conceptual entre el título y el ejercicio del poder es afirmada desde el comienzo, como el a priori efectivo del sistema. La imperfecta coincidencia, o mejor aún, las siempre presentes disyunciones temporales y espaciales entre el nuevo poder central y el campo de aplicación de su regulación, no conducen a una crisis o parálisis, sino que meramente fuerza al sistema a minimizarlas y superarlas. En suma, el cambio de paradigma está definido, al menos inicialmente, por el reconocimiento de que sólo un poder establecido, sobredeterminado y relativamente autónomo respecto de los estados-nación soberanos, es capaz de funcionar como centro del nuevo orden mundial, ejerciendo sobre él una regulación efectiva y, cuando sea preciso, coerción.

Se desprende de esto que, como deseaba Kelsen, pero sólo como un efecto paradójico de su utopía, una suerte de positivismo jurídico domina también la formación de un nuevo ordenamiento jurídico.23 La capacidad para formar un sistema es, en efecto, presupuesta por el proceso real de su formación. Más aún, el proceso de formación, y los sujetos que actúan en él, son atraídos precozmente hacia el vórtice del centro definido positivamente, y esta atracción se vuelve irresistible, no sólo en nombre de la capacidad del centro de ejercer fuerza, sino también en nombre del poder formal, que reside en el centro, para enmarcar y sistematizar la totalidad. ¡Otra vez hallamos un híbrido de Luhmann y Rawls, pero aún antes que a ellos, encontramos a Kelsen, ese utopista y, por ello, involuntario y contradictorio descubridor del alma del derecho imperial!

Nuevamente, las antiguas nociones sobre el Imperio nos ayudan a articular mejor la naturaleza de este orden mundial en formación. Como nos enseñaron Tucídides, Livy y Tácito (junto con Maquiavelo comentando sus trabajos), el Imperio no se forma sobre la base de la fuerza propiamente, sino sobre la base de la capacidad para presentar a la fuerza colocada al servicio del derecho y la paz. Todas las intervenciones de los ejércitos imperiales son solicitadas por una o más de las partes involucradas en un conflicto ya existente. El Imperio no nace por su propia voluntad, sino que es llamado a ser y constituirse sobre la base de su capacidad para resolver conflictos. El Imperio se conforma y sus intervenciones se vuelven jurídicamente legitimadas sólo cuando se ha insertado en la cadena de consenso internacional orientada a resolver conflictos existentes. Retornando a Maquiavelo, la expansión del Imperio está enraizada en la trayectoria interna de los conflictos que se supone que debe resolver. 24 El primer objetivo del Imperio es, por lo tanto, expandir el reino del consenso que sostiene su propio poder.

El modelo de la antigüedad nos proporciona una primera aproximación, pero debemos avanzar más allá a fin de articular los términos del modelo global de autoridad que está operando hoy. El positivismo jurídico y las teorías del derecho natural, el contractualismo y el realismo institucional, el formalismo y el sistematismo, todas pueden describir algún aspecto de él. El positivismo jurídico puede enfatizar la necesidad de la existencia de un fuerte poder en el centro del proceso normativo; las teorías del derecho natural pueden subrayar los valores de paz y equilibrio que el proceso imperial ofrece; el contractualismo puede sustentar la formación de consenso; el realismo puede traer a la luz los procesos formativos de las instituciones adecuadas a las nuevas dimensiones de consenso y autoridad; y el formalismo puede dar apoyo lógico a lo que el sistematismo justifica y organiza funcionalmente, enfatizando el carácter totalizante del proceso. ¿Pero qué modelo jurídico posee todas estas características del nuevo orden supranacional?
Antes de intentar una definición, haremos bien en reconocer que las dinámicas y articulaciones del nuevo orden jurídico supranacional se corresponden fuertemente con las nuevas características que han venido a definir ordenamientos internos en el pasaje de la modernidad a la posmodernidad. 25 Debemos reconocer esta correspondencia (tal vez al modo de Kelsen, y ciertamente, de un modo realista) no tanto como una "analogía doméstica" para el sistema internacional, sino como una "analogía supranacional" para los sistemas legales domésticos. Las características primarias de ambos sistemas involucran hegemonía sobre las prácticas jurídicas, tales como procedimientos, prevención y domicilio. La normatividad, sanción y represión derivan de estas, y están conformadas dentro de los desarrollos de procedimientos. La razón para la relativa (pero efectiva) coincidencia entre el nuevo funcionamiento de la ley doméstica y la ley supranacional deriva, ante todo, del hecho de que ambas operan sobre el mismo terreno, a saber, el terreno de la crisis. Como nos ha enseñado Carl Schmitt, la crisis en el terreno de la aplicación de la ley debe apuntar nuestra atención sobre la "excepción" operativa en el momento de su producción. 26 La ley doméstica y la supranacional están ambas definidas por su excepcionalidad.

La función de la excepción es aquí muy importante. A fin de tener control y dominio sobre una situación tan completamente fluida, es necesario garantizar a la autoridad interviniente: (1) la capacidad de definir, cada vez de un modo excepcional, las demandas de intervención; y (2) la capacidad de poner en movimiento las fuerzas e instrumentos que de diversos modos puedan ser aplicados a la diversidad y pluralidad de acuerdos en crisis. Aquí, en consecuencia, ha nacido, en nombre de la excepcionalidad de la intervención, una forma de derecho que es, realmente, un derecho de la policía. La formación de un nuevo derecho se inscribe en el despliegue de fuerza preventiva, represiva y retórica, destinada a la reconstrucción del equilibrio social: todo esto es, propio de la actividad policial. Podemos así reconocer la fuente inicial e implícita del derecho imperial en términos de acción policial y de la capacidad de la policía para crear y mantener el orden. La legitimidad del ordenamiento imperial sostiene el ejercicio del poder policial, mientras que al mismo tiempo la actividad de la fuerza policial global demuestra la verdadera efectividad del ordenamiento imperial. El poder jurídico de mandar sobre la excepción y la capacidad de desplegar fuerza policial son, por lo tanto, dos coordinadas iniciales que definen el modelo imperial de autoridad.

Valores Universales

Llegados a este punto, bien podríamos preguntarnos: ¿podemos seguir utilizando, en este contexto, el término jurídico "derecho"? ¿Cómo podemos llamar derecho (y específicamente, derecho imperial)a una serie de técnicas que, fundadas sobre un estado de excepción permanente y el poder de la policía, reducen la ley y el derecho a un asunto de pura efectividad? A fin de responder a estas preguntas, debemos primero observar más de cerca al proceso de constitución imperial que estamos presenciando en este momento. Enfaticemos desde el comienzo que su realidad está demostrada no sólo por las transformaciones de la ley internacional que nos presenta, sino, también por los cambios que produce en la ley administrativa de las sociedades y Estados-nación individuales, o, en suma en la ley administrativa de la sociedad cosmopolítica.27 Por medio de su transformación contemporánea de la ley supranacional, el proceso de constitución imperial tiende directa o indirectamente a penetrar y reconfigurar la ley doméstica de los Estados-nación, y así, la ley supranacional sobredetermina poderosamente la ley doméstica.

Tal vez, el síntoma más significativo de esta transformación es el desarrollo del así denominado derecho a la intervención.28 Este es concebido comúnmente como el derecho u obligación de los sujetos dominantes del orden mundial, de intervenir en los territorios de otros sujetos en interés de prevenir o resolver problemas humanitarios, garantizar acuerdos e imponer la paz. El derecho de intervención figura prominentemente en la panoplia de instrumentos acordados en las Naciones Unidas por su mandato para mantener el orden internacional, pero la reconfiguración contemporánea de este derecho representa un salto cualitativo. Ya no más, como bajo el antiguo ordenamiento internacional, los Estados individuales soberanos o el poder supranacional (ONU), se intervendrá para asegurar o imponer la aplicación de acuerdos internacionales aceptados voluntariamente. Ahora, los sujetos supranacionales que están legitimados no por derecho sino por consenso intervienen en nombre de cualquier tipo de emergencia y principio éticos superiores. Lo que está detrás de esta intervención no es sólo un permanente estado de emergencia y excepción, sino un permanente estado de emergencia y excepción justificado por la apelación a valores esenciales de justicia. En otras palabras, el derecho de la policía se legitima por valores universales.29

¿Debemos asumir que como este nuevo derecho de intervención funciona primariamente con la finalidad de resolver problemas humanos urgentes, su legitimación está, en consecuencia, basada en valores universales? ¿Debemos leer este movimiento como un proceso que, sobre la base de los elementos fluctuantes del marco histórico, pone en marcha una máquina constitutiva dirigida por fuerzas universales de la paz y la justicia? ¿Nos hallamos, entonces, en una situación muy próxima a la definición tradicional de Imperio, aquella promulgada en la antigua imaginería Romano-cristiana?

Sería ir muy lejos responder afirmativamente a estas dos preguntas en este estadio temprano de nuestra investigación. La definición del poder imperial en desarrollo como una ciencia policial fundada sobre una práctica de guerra justa para afrontar emergencias que aparecen continuamente es, probablemente, correcta, pero aún muy insuficiente. Como hemos visto, las determinaciones fenomenológicas del nuevo orden global existen en una situación profundamente fluctuante, que también puede ser caracterizada correctamente en términos de crisis y guerra. ¿Cómo podemos reconciliar la legitimación de este orden por medio de la prevención y la vigilancia, con el hecho que la crisis y la propia guerra demuestran la muy cuestionable génesis y legitimidad de este concepto de justicia? Como hemos observado, estas técnicas y otras como similares indican que los que estamos presenciando es el proceso de la constitución material del nuevo orden planetario, la consolidación de su máquina administrativa, y la producción de nuevas jerarquías de comando sobre el espacio global. ¿Quién decidirá sobre las definiciones de orden y justicia a través de la expansión de esta totalidad, en el curso de su proceso constituyente? ¿Quién podrá definir el concepto de paz? ¿Quién será capaz de unificar el proceso de suspender la historia, y denominar justa a esta suspensión? La problemática del Imperio se halla no-cerrada, sino abierta, alrededor de estas preguntas.

En este punto, el problema del nuevo aparato jurídico se nos presenta como su figura más inmediata: un orden global, una justicia y un derecho que, aunque aún virtuales, pero ya nos son aplicados. Cada vez más se nos fuerza a sentir que somos partícipes de estos desarrollos, y se nos hace responsables de lo que provenga de este marco. Nuestra ciudadanía, al igual que nuestra responsabilidad ética, está situada dentro de estas nuevas dimensiones - nuestro poder y nuestra impotencia se miden aquí. Podríamos decir, en un modo Kantiano, que nuestra disposición moral interna, cuando es confrontada y probada en el orden social, tiende a estar determinada por las categorías éticas, políticas y jurídicas del Imperio. O podríamos decir que la moralidad externa de cada ser humano y ciudadano es ahora mensurable sólo en el marco del Imperio. Este nuevo marco nos empuja a confrontar una serie de explosivas aporías, porque en este nuevo mundo jurídico e institucional en formación, nuestras ideas y prácticas de justicia y nuestros medios de esperanza son cuestionados. Los medios de aprehensión de los valores, privados e individuales, son disueltos: con la aparición del Imperio ya no confrontamos con las mediaciones locales de lo universal, sino, directamente, con un universo concreto. La domesticidad de los valores, los escudos detrás de los cuales presentaban su sustancia moral, los límites que protegían contra la exterioridad invasora - todo eso desaparece. Todos estamos obligados a confrontar preguntas absolutas y alternativas radicales. En el Imperio, ética, moralidad y justicia son moldeadas en nuevas dimensiones.

A lo largo de nuestra investigación nos hemos hallado frente a una problemática clásica de la filosofía política: la declinación y caída del Imperio. 30 Puede parecer paradójico que introduzcamos estos tópicos al principio, al mismo tiempo que tratamos la construcción inicial del Imperio; pero la llegada del Imperio se está realizando sobre la base de las mismas condiciones que caracterizan su decadencia y declinación. El Imperio está emergiendo hoy como el centro que sostiene la globalización de las redes productivas y modela su red ampliamente inclusiva pretendiendo incorporar a todas las relaciones de poder dentro de su orden mundial - desarrollando al mismo tiempo una poderosa función de policía contra los nuevos bárbaros y los esclavos rebeldes que amenazan su orden. El poder del Imperio aparece como subordinado a las fluctuaciones de las dinámicas locales del poder y a los desvíos, ordenamientos jurídicos parciales que intentan, pero nunca logran plenamente, volver atrás, a un estado de normalidad, en el nombre de la "excepcionalidad" de los procedimientos administrativos. Estas características, sin embargo, son precisamente aquellas que definieron a la antigua Roma en su decadencia y atormentaron tanto a los admiradores de su brillo. No debemos esperar que la complejidad de los procesos que construyen la nueva interrelación de derecho imperial se resuelva. Por el contrario, los procesos son y seguirán siendo contradictorios. La pregunta sobre la definición de justicia y paz no hallará una respuesta real; la fuerza de la nueva constitución imperial no se corporizará en un consenso articulado en la multitud. Los términos de la propuesta jurídica del Imperio están indeterminados por completo, aún cuando son concretos. El Imperio ha nacido, y se muestra a sí mismo como crisis. ¿Debemos, pues, concebir que este es un Imperio decadente, en los términos descriptos por Montesquieu y Gibbon? ¿O puede ser comprendido mejor en términos clásicos, como un Imperio de corrupción?
Debemos entender a la corrupción, primeramente, no sólo en términos morales sino también en términos jurídicos y político, porque, de acuerdo con Montesquieu y Gibbon, cuando las diferentes formas de gobierno no están firmemente establecidas en la república, el ciclo de la corrupción es ineluctablemente puesto en marcha y la comunidad dejada a un lado. 31 En segundo lugar, debemos entender a la corrupción también en términos metafísicos: donde la entidad y la esencia, la efectividad y el valor no hallan una satisfacción común, allí no se desarrolla la generación sino la corrupción. 32 Estos son algunos de los ejes fundamentales del Imperio a los que volveremos largamente más adelante.

Permítasenos, en conclusión, una analogía final que se refiere al nacimiento del Cristianismo en Europa y su expansión durante la declinación del Imperio Romano. En este proceso se construyó y consolidó un enorme potencial de subjetividad, en términos de la profecía de un mundo por venir. Esta nueva subjetividad ofreció una alternativa absoluta al espíritu del derecho imperial - una nueva base ontológica. Desde esta perspectiva, el Imperio fue aceptado como la "madurez de los tiempos" y la unidad de toda la civilización conocida, pero fue desafiado en su totalidad por un eje ético y ontológico completamente diferente. Del mismo modo hoy, dado que los límites y problemas irresolubles del nuevo orden imperial están fijados, la teoría y la práctica pueden ir más allá de ellos, encontrando una vez más una base ontológica de antagonismo - dentro del Imperio, pero también contra y más allá del Imperio, en el mismo nivel de totalidad.

1.2

Producción Biopolítica


La "policía" aparece como una administración presidiendo al
Estado, junto con lo judicial, el ejército y el tesorero. Cierto.
Pero, de hecho, rodea a todo lo demás. Turquet dijo así: "Se
ramifica en todas las condiciones de la gente, todo lo que ha-
cen o emprenden. Su campo abarca el judicial, las finanzas y
el ejército.". La policía incluye a todo.
Michel Foucault




Desde la perspectiva jurídica hemos sido capaces de vislumbrar algunos de los elementos de la génesis ideal del Imperio, pero desde esa única perspectiva sería difícil si no imposible comprender cómo la máquina imperial se ha puesto hoy en movimiento. Los conceptos jurídicos y los sistemas jurídicos están siempre referidos a algo distinto a ellos mismos. A través de la evolución y el ejercicio del derecho, apuntan hacia las condiciones materiales que definen su inserción en la realidad social. Nuestro análisis de be descender ahora al nivel de esa materialidad e investigar allí la transformación material del paradigma del mando. Necesitamos descubrir los medios y fuerzas de producción de realidad social junto con las subjetividades que la animan.


El Biopoder en la Sociedad de Control

En muchos aspectos la obra de Michel Foucault ha preparado el terreno para dicha investigación del funcionamiento material del mando imperial. Primeramente, el trabajo de Foucault nos posibilita reconocer un pasaje histórico, trascendental, de las formas sociales, desde la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. 1 La sociedad disciplinaria es aquella sociedad en la cual el comando social se construye a través de una difusa red de dispositifs o aparatos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas. La puesta en marcha de esta sociedad, asegurando la obediencia a sus reglas y a sus mecanismos de inclusión y / o exclusión, es lograda por medio de instituciones disciplinarias (la prisión, la fábrica, el asilo, el hospital, la universidad, la escuela, etc.) que estructuran el terreno social y presentan lógicas adecuadas a la "razón" de la disciplina. El poder disciplinario gobierna, en efecto, estructurando los parámetros y límites del pensamiento y la práctica, sancionando y prescribiendo los comportamientos normales y / o desviados. Foucault se refiere habitualmente al Ancien Régime y la era clásica de la civilización francesa para ilustrar la emergencia de la disciplinariedad, pero en general podemos decir que toda la primera fase de acumulación capitalista (en Europa y en cualquier otro lado) fue conducida bajo este paradigma del poder. Por otra parte, debemos entender a la sociedad del control como aquella (que se desarrolla en el extremo más lejano de la modernidad, abriéndose a lo posmoderno) en la cual los mecanismos de comando se tornan aún más "democráticos", aún más inmanentes al campo social, distribuidos a través de los cuerpos y las mentes de los ciudadanos. Los comportamientos de inclusión y exclusión social adecuados para gobernar son, por ello, cada vez más interiorizados dentro de los propios sujetos. El poder es ahora ejercido por medio de máquinas que, directamente, organizan las mentes (en sistemas de comunicaciones, redes de información, etc.) y los cuerpos (en sistemas de bienestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un estado de alineación autónoma del sentido de la vida y el deseo de la creatividad. La sociedad de control, por lo tanto, puede ser caracterizada por una intensificación y generalización de los aparatos normalizadores del disciplinamiento, que animan internamente nuestras prácticas comunes y cotidianas, pero, en contraste con la disciplina, este control se extiende muy por fuera de los sitios estructurados de las instituciones sociales, por medio de redes flexibles y fluctuantes.

En segundo lugar, la obra de Foucault nos permite reconocer la naturaleza biopolítica de este nuevo paradigma de poder.2 El biopoder es una forma de poder que regula la vida social desde su interior, siguiéndola, interpretándola, absorbiéndola y rearticulándola. El poder puede lograr un comando efectivo sobre toda la vida de la población sólo cuando se torna una función integral, vital, que cada individuo incorpora y reactiva con su acuerdo. Como dijo Foucault: "La vida se ha vuelto ahora... un objeto del poder". 3 La más alta función de este poder es infiltrar cada vez más la vida, y su objetivo primario es administrar la vida. El biopoder, pues, se refiere a una situación en la cual el objetivo del poder es la producción y reproducción de la misma vida.

Estas dos líneas de la obra de Foucault se ensamblan una con otra en el sentido que sólo la sociedad de control es capaz de adoptar el contexto biopolítico como su terreno exclusivo de referencia. En el pasaje de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control se realiza un nuevo paradigma de poder, definido por las tecnologías que reconocen a la sociedad como el ámbito del biopoder. En la sociedad disciplinaria los efectos de las tecnologías biopolíticas fueron aún parciales, en el sentido que el disciplinamiento se desarrolló de acuerdo con lógicas relativamente cerradas, geométricas y cuantitativas. El disciplinamiento fijó individuos dentro de instituciones, pero no logró consumirlos completamente en el ritmo de las prácticas productivas y la socialización productiva; no alcanzó el punto de impregnar por completo la conciencia y los cuerpos de los individuos, el punto de tratarlos y organizarlos en la totalidad de sus actividades. En la sociedad disciplinaria, entonces, la relación entre el poder y los individuos permaneció estática: a la invasión disciplinaria del poder le correspondió la resistencia del individuo. En contraste, cuando el poder se vuelve enteramente biopolítico, todo el cuerpo social queda comprendido en la máquina del poder, y se desarrolla en su virtualidad. La relación es abierta, cualitativa y afectiva. La sociedad, subsumida dentro de un poder que llega hasta los núcleos de la estructura social y sus procesos de desarrollo, reacciona como un único cuerpo. El poder es entonces expresado como un control que se extiende por las profundidades de las conciencias y cuerpos de la población - y al mismo tiempo a través de la totalidad de las relaciones sociales. 4

En este pasaje de la sociedad disciplinaria hacia la sociedad de control, entonces, uno podría decir que ahora se ha alcanzado la interrelación de implicaciones mutuas, crecientemente intensa, de todas las fuerzas sociales que el capitalismo ha perseguido a través de su desarrollo. Marx reconoció algo similar en lo que denominó el pasaje de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo bajo el capital, 5 y luego, los filósofos de la Escuela de Frankfurt analizaron un pasaje estrechamente relacionado de la subsunción de la cultura (y las relaciones sociales) bajo la figura totalitaria del estado, o, en verdad, dentro de la dialéctica perversa del Iluminismo.6 Sin embargo, el pasaje a que hacemos referencia es fundamentalmente diferente en cuanto a que, en lugar de enfocar la unidimensionalidad del proceso descrito por Marx y reformulado y ampliado por la Escuela de Frankfurt, el pasaje Foucaultiano trata básicamente con la paradoja de la pluralidad y la multiplicidad - y Deleuze y Guattari desarrollaron esta perspectiva aún con más claridad. 7 El análisis de la subsunción real, cuando es entendida como abarcando no sólo la dimensión económica o sólo la cultural de la sociedad, sino, en verdad, el propio bios social, y cuando es aplicado a las modalidades del disciplinamiento y / o el control, rompe la figura lineal y totalitaria del desarrollo capitalista. La sociedad civil es absorbida en el Estado, pero la consecuencia de esto es una explosión de los elementos que previamente eran coordinados y mediados en la sociedad civil. Las resistencias ya no son marginales sino activas en el centro de una sociedad que se abre en redes; los puntos individuales son singularizados en mil mesetas. Lo que Foucault construyó implícitamente (y Deleuze y Guattari hicieron explícito) es, entonces, la paradoja de un poder que, mientras unifica y envuelve dentro de sí a cada elemento de la vida social (perdiendo así su capacidad efectiva de mediar diferentes fuerzas sociales), en ese mismo momento revela un nuevo contexto, un nuevo medio de máxima pluralidad e incontenible singularización - un ambiente del evento. 8

Estas concepciones de la sociedad de control y del biopoder describen aspectos centrales del concepto de Imperio. El concepto de Imperio es el marco en el que deberá ser comprendida la nueva omniversalidad de los sujetos, y es la meta a la que se dirige el nuevo paradigma de poder. Aquí se abre un verdadero abismo entre los diversos marcos teóricos antiguos de la ley internacional (tanto en su forma contractual y / o en la forma de la ONU) y la nueva realidad de la ley imperial. Todos los elementos intermediarios del proceso han sido, de hecho, dejados a un lado, de modo que la legitimidad del orden internacional no puede ser ya construida mediante mediaciones, sino aprehendida de inmediato en toda su diversidad. Ya hemos conocido este hecho desde la perspectiva jurídica. Vimos, en efecto, que cuando emerge la nueva noción de derecho en el contexto de la globalización y se presenta como capaz de tratar la esfera planetaria, universal, como un único escenario sistémico, debe asumir un prerrequisito inmediato (actuando en un estado de excepción) y una tecnología adecuada, plástica y constitutiva (las técnicas de la policía)

Aunque el estado de excepción y las tecnologías policiales constituyen el núcleo sólido y el elemento central del nuevo derecho imperial, sin embargo, el nuevo régimen no tiene nada en común con las artes jurídicas de las dictaduras o los totalitarismos que en otros tiempos, y con tanta fanfarria, fueron detalladamente descritos por tantos (¡de hecho, demasiados!) autores.9 Por el contrario, la regla de la ley continúa representando un papel central en el contexto del pasaje contemporáneo: el derecho sigue siendo efectivo y (precisamente por medio del estado de excepción y las técnicas policiales) se vuelve procedimiento. Esta es una transformación radical que revela la relación no mediada entre el poder y las subjetividades, y así demuestra tanto la imposibilidad de mediaciones "anteriores" como la variabilidad temporal incontenible del evento. 10 A lo largo de los espacios sin límites, hasta las profundidades del mundo biopolítico, y confrontando una temporalidad imprevisible - estas son las determinaciones en las cuales debe ser definido el nuevo derecho supranacional. Es aquí donde el concepto de Imperio deberá luchar para establecerse, donde deberá probar su efectividad, y, por lo tanto, donde la máquina tendrá que ser puesta en marcha.

Desde este punto de vista, el contexto biopolítico del nuevo paradigma es absolutamente central para nuestro análisis. Esto es lo que presenta al poder con una alternativa, no sólo entre obediencia y desobediencia, o entre participación política formal y rechazo, sino también a lo largo de todo el rango de vida y muerte, riqueza y pobreza, producción y reproducción social, etc. Dadas las grandes dificultades que la nueva noción del derecho tiene para representar esta dimensión del poder del Imperio, y dada su incapacidad para tocar al biopoder concretamente, en todos sus aspectos materiales, el derecho imperial puede a lo sumo sólo representar parcialmente el diseño subyacente de la nueva constitución del orden mundial, y no logra realmente aferrarse al motor que la pone en marcha. Nuestro análisis deberá en consecuencia prestar atención a la dimensión productiva del biopoder.11
La Producción de la Vida

La cuestión de la producción en relación con el biopoder y la sociedad de control, sin embargo, revela una debilidad real en la obra de los autores de quienes hemos tomado estas nociones. Debemos clarificar, en consecuencia, las dimensiones biopolíticas o "vitales" del trabajo de Foucault en relación con las dinámicas de la producción. Foucault sostuvo en diversos trabajos a mediados de 1970, que no podemos entender el pasaje desde el Estado "soberano"del ancien regime hacia el moderno Estado "disciplinario" sin tomar en cuenta cómo el contexto biopolítico es puesto progresivamente al servicio de la acumulación capitalista. "El control de la sociedad sobre los individuos no solo se lleva a cabo mediante la conciencia o la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo más importante es la biopolítica, lo biológico, lo somático, lo corporal.". 12

Uno de los objetivos centrales de su estrategia de investigación en este período fue avanzar más allá de las versiones del materialismo histórico, incluyendo diversas variantes de la teoría marxista, que consideraban al problema del poder y la reproducción social en un nivel superestructural separado del nivel basal, real, de la producción. Por ello Foucault intentó retrotraer el problema de la reproducción social y todos los elementos de la denominada superestructura al interior de la estructura fundamental, material, y definir este terreno no solo en términos económicos, sino también culturales, corporales y subjetivos. Por esto, podemos comprender cómo la concepción de Foucault del conjunto social se realizó y perfeccionó cuando en una fase subsiguiente de su trabajo descubrió los rasgos emergentes de la sociedad de control como figura de poder activa a través de toda la biopolítica de la sociedad. No pareciera, sin embargo, que Foucault - aún cuando haya aprehendido potentemente el horizonte biopolítico de la sociedad y lo haya definido como un campo de inmanencia - haya podido desprender su pensamiento de esa epistemología estructuralista que guió su investigación desde el comienzo. Por epistemología estructuralista nos referimos a la reinvención de un análisis funcionalista en el campo de las ciencias humanas, método que, efectivamente, sacrifica la dinámica del sistema, la creativa temporalidad de sus movimientos y la sustancia ontológica de la reproducción cultural y social. 13 De hecho, si llegados a este punto pudiéramos preguntarle a Foucault quién o qué conduce el sistema, o, mejor aún, qué es el "bios", su respuesta sería inefable, o ninguna. Lo que Foucault no logra aprehender, en suma, son las dinámicas reales de la producción en la sociedad biopolítica. 14

En contraste, Deleuze y Guattari se nos presentan con una adecuada comprensión posestructuralista del biopoder que renueva el pensamiento materialista y se afirma a sí misma sólidamente en la cuestión de la producción del ser social. Su trabajo desmitifica al estructuralismo y a todas las concepciones filosóficas, sociológicas y políticas que hacen de la fijación del marco epistemológico un punto de referencia ineludible. Fijan claramente nuestra atención en la sustancia ontológica de la producción social. Las máquinas producen. El funcionamiento constante de las máquinas sociales en sus diversos aparatos y ensamblajes producen el mundo, junto con los sujetos y objetos que lo constituyen. Deleuze y Guattari, sin embargo, parecen capaces de concebir positivamente sólo las tendencias hacia el movimiento continuo y los flujos absolutos, y por ello, también en su pensamiento, los elementos creativos y la ontología radical de la producción de lo social permanecen insustanciales e impotentes. Deleuze y Guattari descubren la productividad de la reproducción social (producción creativa, producción de valores, relaciones sociales, afectos, hechos), pero operan para articularla sólo superficialmente y efímeramente, como un horizonte indeterminado, caótico, marcado por el evento inasible. 15

Podemos entender mejor la relación entre producción social y biopoder en la obra de un grupo de autores marxistas italianos contemporáneos, quienes reconocen la dimensión biopolítica en términos de la nueva naturaleza del trabajo productivo y su desarrollo viviente en la sociedad, utilizando términos tales como "intelectualidad de masas", "trabajo inmaterial", y el concepto marxiano de "intelecto general". 16 Estos análisis parten de dos proyectos de investigación coordinados. El primero consiste en el análisis de las transformaciones recientes del trabajo productivo y su tendencia a volverse crecientemente inmaterial. El lugar central ocupado previamente por la fuerza laboral de los trabajadores fabriles en la producción de plusvalía está siendo hoy llenado cada vez más por la fuerza laboral intelectual, inmaterial y comunicativa. Es por ello necesario desarrollar una nueva teoría política del valor que pueda colocar al problema de esta nueva acumulación capitalista de valor en el centro del mecanismo de explotación (y así, tal vez, en el centro de la rebelión potencial). El segundo, y consecuente, proyecto de investigación desarrollado por esta escuela consiste en el análisis de la dimensión comunicativa e inmediatamente social del trabajo viviente en la sociedad capitalista contemporánea, y así instala insistentemente el problema de las nuevas figuras de la subjetividad, tanto en su potencial de explotación como en el revolucionario. La dimensión social inmediata de la explotación del trabajo viviente inmaterial sumerge al trabajo en todos los elementos relacionales que definen lo social, pero también, al mismo tiempo, activa los elementos críticos que desarrollan el potencial de insubordinación y rebelión a través de todo el conjunto de prácticas laborales. Tras una nueva teoría del valor, entonces, debe formularse una nueva teoría de la subjetividad que opere principalmente a través del conocimiento, la comunicación y el lenguaje.

`De este modo, estos análisis han reestablecido la importancia de la producción dentro del proceso biopolítico de constitución social, pero también, en ciertos aspectos, lo han aislado - tomándolo en una forma pura, refinándolo en el plano ideal. Han actuado como si descubrir las nuevas formas de las fuerzas productivas - trabajo inmaterial, trabajo intelectual masificado, el trabajo del "intelecto general"- fuese suficiente para comprender concretamente la relación dinámica y creativa entre producción material y reproducción social. Cuando reinsertan la producción en el contexto biopolítico, la presentan casi exclusivamente en el horizonte del lenguaje y la comunicación. Uno de los más serios defectos ha sido la tendencia, entre estos autores, a tratar las nuevas prácticas laborales en la sociedad biopolítica solamente en sus aspectos intelectuales e incorpóreos. La productividad de los cuerpos y el valor del afecto, sin embargo, son absolutamente centrales en este contexto. Elaboraremos los tres aspectos primarios del trabajo inmaterial en la economía contemporánea: el trabajo comunicativo de la producción industrial que recientemente se ha reunido en redes informativas, el trabajo interactivo del análisis simbólico y la resolución de problemas, y el trabajo de la producción y manipulación de afectos (ver Sección 3-4). Este tercer aspecto, con su atención en la productividad de lo corporal, lo somático, es un elemento extremadamente importante en las redes contemporáneas de producción biopolítica. El trabajo de esta escuela y sus análisis del intelecto general, por lo tanto, ciertamente marcan un avance, pero su marco conceptual permanece muy pobre, casi angelical. En el análisis final, estas nuevas concepciones también rasguñan apenas la superficie de la dinámica productiva del nuevo marco teórico del biopoder. 17

Nuestro objetivo, entonces, es construir estos intentos parcialmente exitosos de reconocer el potencial de la producción biopolítica. Precisamente juntando coherentemente las diferentes características definidoras del contexto biopolítico que hemos descrito hasta ahora, y llevándolas a la ontología de la producción, podremos identificar la nueva figura del cuerpo biopolítico colectivo, el que podrá, sin embargo, permanecer contradictorio, tal como es paradójico. Este cuerpo se vuelve estructura no negando las fuerzas productivas originarias que lo animan sino reconociéndolas; se vuelve lenguaje (tanto lenguaje científico como social) porque es una multitud de cuerpos singulares y determinados que buscan relación. Es, por ende, tanto producción como reproducción, estructura y superestructura, porque es vida en el más pleno sentido y política en el sentido estricto. Nuestro análisis deberá descender a la jungla de determinaciones productivas y conflictivas que nos ofrece el cuerpo biopolítico colectivo. 18 El contexto de nuestro análisis debe por ello desarrollar la propia vida, el proceso de constitución del mundo, de la historia. El análisis no debe ser propuesto por medio de formas ideales sino dentro del denso complejo de la experiencia.


Corporaciones y Comunicaciones

Al preguntarnos como se constituyeron los elementos políticos y soberanos de la máquina imperial, hallamos que no hay ninguna necesidad de limitar nuestro análisis e incluso de enfocarlo en las instituciones reguladoras supranacionales establecidas. Las organizaciones de la ONU, junto con las grandes agencias de finanzas y comercio multi y transnacionales (el FMI, el Banco Mundial, el GATT etc.), todas ellas se vuelven relevantes en la perspectiva de constitución jurídica supranacional sólo cuando se consideran dentro de la dinámica de la producción biopolítica del orden mundial. La función que poseían en el antiguo orden internacional, debemos enfatizar, no es lo que ahora legitima a estas organizaciones. Lo que en realidad las legitima ahora es su nueva posible función en la simbología del orden imperial. Fuera del nuevo marco, estas instituciones son ineficaces. A lo sumo, el viejo marco institucional contribuye a la formación y educación del personal administrativo de la máquina imperial, el "dressage" de una nueva elite imperial.

En determinados e importantes aspectos las grandes corporaciones transnacionales construyen la trama conectiva fundamental del mundo biopolítico. El capital siempre se ha organizado mirando hacia la totalidad de la esfera global, pero sólo en la segunda mitad del siglo veinte las corporaciones financieras e industriales multinacionales y transnacionales comenzaron, realmente, a estructurar biopolíticamente territorios globales. Algunos sostienen que estas corporaciones han venido a ocupar simplemente el espacio detentado por los diversos sistemas colonialistas nacionales e imperialistas en las fases previas del desarrollo capitalista, desde el imperialismo europeo del siglo diecinueve hasta la fase Fordista de desarrollo en el siglo veinte. 19 Esto es en parte cierto, pero este mismo lugar se ha transformado sustancialmente por la nueva realidad del capitalismo. Las actividades de las corporaciones ya no están definidas por la imposición de comando abstracto y la organización del simple robo y el intercambio desigual. Por el contrario, estructuran directamente y articulan territorios y poblaciones. Tienden a hacer de los Estados-nación meros instrumentos para marcar los flujos de mercancías, dinero y poblaciones que ponen en movimiento. Las corporaciones transnacionales distribuyen directamente la fuerza de trabajo sobre los distintos mercados, colocan recursos funcionalmente y organizan jerárquicamente los diversos sectores de la producción mundial. El complejo aparato que selecciona las inversiones y dirige los movimientos financieros y monetarios determina la nueva geografía del mercado mundial, o, realmente, la nueva estructuración biopolítica del mundo.20
El cuadro más completo de este mundo está presentado desde la perspectiva monetaria. Desde aquí podemos ver un horizonte de valores y una máquina de distribución, un mecanismo de acumulación y un medio de circulación, un poder y un lenguaje. No hay nada, no hay "vida desnuda", no hay punto de vista externo, que pueda ser colocado por fuera de este campo atravesado por el dinero; nada escapa al dinero. La producción y reproducción se visten con vestidos monetarios. De hecho, en la etapa global, cada figura biopolítica aparece vestida con indumentaria monetaria. "¡Acumulad, acumulad! ¡Este es Moisés y los Profetas!". 21
Es de este modo como las grandes potencias industriales y financieras producen no sólo mercancías sino también subjetividades. Producen subjetividades dentro del contexto biopolítico: producen necesidades, relaciones sociales, cuerpos y mentes - es decir, producen productores. 22 En la esfera biopolítica, la vida está hecha de trabajar para la producción y la producción está hecha de trabajar para la vida. Es una gran colmena donde la abeja reina vigila continuamente la producción y la reproducción. Cuanto más profundo llega el análisis, más encuentra con crecientes niveles de intensidad los ensamblajes interconectados de relaciones interactivas. 23

Un lugar donde debemos localizar la producción biopolítica de orden es en los nexos inmateriales de la producción del lenguaje, comunicación y lo simbólico, desarrollados por las industrias de la comunicación. 24 El desarrollo de redes de comunicación tiene una relación orgánica con la emergencia del nuevo orden mundial - es, en otras palabras, causa y efecto, producto y productor. La comunicación no solo expresa sino que también organiza el movimiento de la globalización. Organiza el movimiento multiplicando y estructurando interconexiones mediante redes. Expresa el movimiento y controla el sentido y dirección del imaginario que corre por estas conexiones comunicativas; en otras palabras, el imaginario es guiado y canalizado dentro de la máquina comunicativa. Lo que las teorías del poder de la modernidad se vieron forzadas a considerar trascendente, es decir, externo a las relaciones productivas y sociales, es formado aquí en el interior, inmanente a las relaciones productivas y sociales. La mediación es absorbida dentro de la máquina productiva. La síntesis política del espacio social es fijada en el espacio de la comunicación. Por esto las industrias de las comunicaciones han asumido una posición tan central. No sólo organizan la producción en una nueva escala e imponen una nueva estructura adecuada al espacio global, sino que también hacen inmanente su justificación. El poder, mientras produce, organiza; mientras organiza, habla y se expresa a sí mismo como autoridad. El lenguaje, mientras comunica produce mercancías, pero, sobre todo, crea subjetividades, las pone en relación y las ordena. Las industrias de la comunicación integran el imaginario y lo simbólico dentro de la trama biopolítica, no simplemente poniéndolos al servicio del poder, sino, en realidad, integrándolos dentro de su funcionamiento. 25

En este punto podemos comenzar a dedicarnos a la cuestión de la legitimación del nuevo orden mundial. Su legitimación no nace de acuerdos internacionales pre-existentes, ni del funcionamiento de las primeras, embrionarias, organizaciones supranacionales, que fueron ellas mismas creadas por medio de tratados basados en la ley internacional. La legitimación de la máquina imperial nace, al menos en parte, de las industrias de las comunicaciones, es decir, de la transformación del nuevo modo de producción en una máquina. Es un sujeto que produce su propia imagen de autoridad. Esta es una forma de legitimación que no se basa en nada externo a sí misma, y es repropuesta incesantemente desarrollando sus propios lenguajes de auto-validación.
Una consecuencia ulterior debe ser considerada sobre la base de estas premisas. Si la comunicación es uno de los sectores hegemónicos de la producción y actúa sobre todo el campo biopolítico, entonces debemos considerar a la comunicación coexistente con el contexto biopolítico. Esto nos lleva mucho más allá del viejo terreno, como fue descrito por Jürgen Habermas, por ejemplo. De hecho, cuando Habermas desarrolló el concepto de acción comunicativa, demostrando tan fuertemente su forma productiva y las consecuencias ontológicas derivadas de ello, él se basó todavía en un punto de vista exterior a estos efectos de la globalización, un punto de vista de la vida y la verdad que podía oponerse a la colonización informacional del ser. 26 La máquina imperial, sin embargo, demuestra que este punto de vista externo ya no existe. Por el contrario, la producción comunicativa y la construcción de la legitimación imperial marchan de la mano y ya no podrán ser separadas. La máquina es auto-validante, autopoyética - es decir, sistémica. Construye tramas sociales que evacuan o tornan ineficaces cualquier contradicción; crea situaciones en las cuales, antes de neutralizar coercivamente lo diferente, parece absorberlo en un juego insignificante de equilibrio auto-generado y auto-regulado. Como ya hemos sostenido, cualquier teoría jurídica que trate de las condiciones de la posmodernidad deberá tomar en cuenta esta definición comunicativa específica de la producción social. 27 La máquina imperial vive produciendo un contexto de equilibrio y / o reduciendo complejidades, pretendiendo poner por delante un proyecto de ciudadanía universal y, tras este fin, intensificando la efectividad de su intervención sobre cada elemento de la interrelación comunicativa, mientras disuelve la identidad y la historia en un modo completamente posmoderno. 28 Contrariamente al modo en que muchos posmodernistas consideraban que ocurriría, sin embargo, la máquina imperial, lejos de eliminar las narrativas maestras, en verdad las producen y reproducen (en particular narrativas maestras ideológicas) a fin de validar y celebrar su propio poder. 29 En esta coincidencia de la producción con el lenguaje, la producción lingüística de la realidad, y el lenguaje de la auto-validación reside una clave fundamental para comprender la efectividad, validez y legitimación del derecho imperial.


Intervención

Este nuevo marco de legitimidad incluye nuevas formas y nuevas articulaciones del ejercicio de legítima fuerza. Durante su formación, el nuevo poder debe demostrar la efectividad de su fuerza al mismo tiempo que se construyen las bases de su legitimación. De hecho, la legitimidad del nuevo poder está en parte basada directamente sobre la efectividad de su uso de la fuerza.

El modo en que la efectividad del nuevo poder es demostrada no tiene nada que ver con el viejo orden internacional, que muere lentamente; tampoco tiene demasiado uso para los instrumentos del viejo orden dejado atrás. Los despliegues de la máquina imperial son definidos por toda una serie de características nuevas, tales como el territorio sin fronteras de sus actividades, la singularización y localización simbólica de sus acciones, y la conexión de la acción represiva con todos los aspectos de la estructura biopolítica de la sociedad. A falta de un término mejor, continuaremos llamando a esto "intervenciones". Esto es meramente una deficiencia terminológica, pero no conceptual, puesto que estas no son realmente intervenciones dentro de territorios jurídicos independientes, sino acciones dentro de un mundo unificado por la estructura gobernante de la producción y la comunicación. En efecto, la intervención ha sido internalizada y universalizada. En la sección previa nos hemos referido a los medios estructurales de intervención, que involucran el despliegue de mecanismos monetarios y maniobras financieras sobre el campo transnacional de regímenes productivos interdependientes, y a las intervenciones en el campo de las comunicaciones y sus efectos en la legitimación del sistema. Aquí queremos investigar las nuevas formas de intervención que incluyen el ejercicio de la fuerza física por parte de la máquina imperial sobre sus territorios globales. Los enemigos que enfrenta hoy el Imperio pueden representar más una amenaza ideológica que un desafío militar, pero, sin embargo, el poder del Imperio ejercido por medio de la fuerza y todos los despliegues que garantizan su efectividad son muy avanzados tecnológicamente y sólidamente consolidados políticamente. 30

El arsenal de fuerza legítima para las intervenciones imperiales ya es muy vasto, e incluye no sólo intervenciones militares sino otras formas tales como intervenciones morales y jurídicas. De hecho, las fuerzas de intervención del Imperio pueden ser mejor comprendidas como iniciándose no directamente con sus armas letales, sino con sus instrumentos morales. Lo que llamamos intervención moral es practicado en la actualidad por una variedad de cuerpos, incluyendo los medios de noticias y las organizaciones religiosas, pero los más importantes pueden ser algunas de las denominadas organizaciones no-gubernamentales (ONG), las cuales, precisamente por no ser conducidas directamente por los gobiernos, son aceptadas como actuando sobre la base imperativos éticos o morales. Este término se refiere a una amplia variedad de grupos, pero aquí nos referimos principalmente a las organizaciones globales, regionales y locales, dedicadas a aliviar el trabajo y la protección de los derechos humanos, tales como Amnistía Internacional, Oxfam y Médicos Sin Fronteras. Estas ONG humanitarias son, en efecto, (aún cuando esto vaya contra las intenciones de sus integrantes) algunas de las armas pacíficas más poderosas del nuevo orden mundial - las campañas caritativas y las órdenes mendicantes del Imperio. Estas ONG conducen "guerras justas" sin armas, sin violencia, sin fronteras. Como los Dominicos en el período medieval tardío y los Jesuitas en el alba de la modernidad, estos grupos se esfuerzan por identificar las necesidades universales y defender los derechos humanos. Por medio de su lenguaje y su acción, definen primero al enemigo como privación (en la esperanza de prevenir daños serios) y luego reconocen al enemigo como pecado.

Es difícil no recordar aquí cómo en la teología moral Cristiana, lo maligno es primero definido como privación del bien, y luego, el pecado es definido como negación culpable del bien. Dentro de este marco lógico no es extraño, sino natural, que, en sus intentos de responder a la privación, estas ONG sean empujadas a denunciar públicamente a los pecadores (o el Enemigo, en adecuados términos inquisitoriales); ni tampoco es extraño que le dejen al "ala secular" la tarea de ocuparse de los problemas. De este modo, la intervención moral se ha convertido en una fuerza de avanzada de la intervención imperial. En efecto, esta intervención prefigura al estado de excepción desde detrás, y lo hace sin fronteras, armada con algunos de los más efectivos medios de comunicación y orientada hacia la producción simbólica del Enemigo. Estas ONG están completamente sumergidas en el contexto biopolítico de la constitución del Imperio; anticipan el poder de su intervención de justicia pacificadora y productiva. No debe por ello sorprendernos que honestos juristas teóricos de la vieja escuela internacional (tales como Richard Falk) hayan sido atrapados por la fascinación de estas ONG. 31 La presentación que las ONG hacen del nuevo orden, como un contexto biopolítico pacífico, parece haber cegado a estos teóricos ante los brutales efectos que la intervención moral produce en tanto prefiguración del orden mundial. 32

La intervención moral sirve a menudo como un primer acto que prepara el escenario para la intervención militar. En esos casos, el despliegue militar es presentado como una acción policial sancionada internacionalmente. En la actualidad la intervención militar es cada vez menos un producto de decisiones emanadas del viejo orden internacional e incluso de las estructuras de la ONU. A menudo es dictada unilateralmente por los Estados Unidos, quien se encarga de la primera tarea y luego, subsiguientemente, le solicita a sus aliados la puesta en marcha de un proceso de contención armada y / o represión del enemigo actual del Imperio. Estos enemigos son con frecuencia llamados terroristas, una reducción conceptual y terminológica cruda, enraizada en una mentalidad policial.

La relación entre prevención y represión es particularmente clara en el caso de intervención en conflictos étnicos. Los conflictos entre grupos étnicos y el consiguiente refuerzo de nuevas y / o reaparecidas identidades étnicas, efectivamente interrumpe los antiguos agregados basados en líneas políticas nacionales. Estos conflictos vuelven más fluida la trama de relaciones globales y, al afirmar nuevas identidades y nuevas localidades, presentan un material más maleable para el control. En esos casos la represión puede ser articulada mediante una acción preventiva que construya nuevas relaciones (que serán eventualmente consolidadas en la paz, pero sólo tras nuevas guerras) y nuevas formaciones políticas y territoriales, funcionales (o más funcionales, mejor adaptadas) a la constitución del Imperio. 33 Un segundo ejemplo de la represión preparada mediante la acción preventiva son las campañas contra los grupos corporativos de negocios, o "mafias", en particular aquellos involucrados en el tráfico de drogas. La represión actual de estos grupos puede no ser tan importante como la criminalización de sus actividades y el manejo de la alarma social ante su existencia, a fin de facilitar su control. Aún cuando controlar a los "terroristas étnicos" y a las "mafias de las drogas" puede representar el centro del amplio espectro de control policial por parte del poder imperial, esta actividad es, sin embargo, normal, es decir, sistémica. La "guerra justa" es eficazmente sostenida por la "policía moral", del mismo modo que el derecho imperial y su funcionamiento legítimo son sostenidos por el necesario y continuo ejercicio del poder policial.

Queda claro que las cortes internacionales o supranacionales están forzadas a seguir esta línea. Los ejércitos y la policía se anticipan a las cortes y preconstituyen las reglas de la justicia que las cortes deben aplicar. La intensidad de los principios morales a los cuales se le encomienda la construcción del nuevo orden mundial no puede cambiar el hecho que esto es realmente una inversión del orden convencional de la lógica constitucional. Las partes activas que apoyan la constitución imperial confían en que cuando la construcción del Imperio esté suficientemente avanzada, las cortes podrán asumir su papel director en la definición de justicia. Mientras tanto, sin embargo, aunque las cortes internacionales no posean demasiado poder, la exhibición pública de sus actividades es aún muy importante. Eventualmente se deberá conformar una nueva función judicial, adecuada a la constitución del Imperio. Las cortes deberán ser transformadas gradualmente de un órgano que simplemente decreta sentencias contra los vencidos, en un cuerpo judicial o sistema de cuerpos que dicten y sancionen la interrelación entre el orden moral, el ejercicio de la acción de policía, y el mecanismo que legitime la soberanía imperial. 34

Este tipo de intervención continua, entonces, tanto moral como militar, es realmente la forma lógica del ejercicio de la fuerza que deriva de un paradigma de legitimación basado en un estado de excepción permanente y acción policial. Las intervenciones son siempre excepcionales aún cuando se sucedan continuamente; toman la forma de acciones policiales porque están destinadas a mantener un orden interno. De este modo la intervención es un mecanismo efectivo que, mediante despliegues policiales, contribuye directamente a la construcción del orden moral, normativo e institucional del Imperio.


Prerrogativas reales

Las que tradicionalmente se llamaron prerrogativas reales de la soberanía parecen ser, efectivamente, repetidas e incluso renovadas sustancialmente en la construcción del Imperio. Si nos mantuviéramos dentro del marco conceptual de la ley internacional y doméstica clásica, estaríamos tentados a decir que se está formando un quasi-Estado supranacional. Pero esa no nos parece una caracterización exacta de la situación. Cuando las prerrogativas reales de la moderna soberanía reaparecen en el Imperio, toman una forma completamente diferente. Por ejemplo, la función soberana de desplegar fuerzas militares era llevada a cabo por los Estados-nación modernos, y ahora conducida por el Imperio, pero, como hemos visto, la justificación para dichos despliegues ahora descansa sobre un estado de excepción permanente, y los propios despliegues toman forma de acciones policiales. Otras prerrogativas reales tales como aplicar la justicia e imponer impuestos tienen la misma forma de existencia liminal. Hemos discutido la posición marginal de la autoridad judicial en el proceso constitutivo del Imperio, y podemos también sostener que imponer impuestos ocupa una posición marginal en cuanto está crecientemente unido a urgencias específicas y locales. En efecto, podemos decir que la soberanía del propio Imperio se realiza en los márgenes, donde las fronteras son flexibles y las identidades híbridas y fluidas. Sería difícil decir qué es más importante para el Imperio, el centro o los márgenes. De hecho, el centro y los márgenes parecen ser posiciones cambiando continuamente, huyendo de ubicaciones determinadas. Podríamos incluso decir que el mismo proceso es virtual y que su poder reside en el poder de lo virtual.

¡Sin embargo, en este punto podríamos objetar que aún siendo virtual y actuando en los márgenes, el proceso de construcción de la soberanía imperial es en muchos aspectos muy real! Ciertamente no deseamos negar ese hecho. Nuestro reclamo, al contrario, es que estamos tratando aquí con una clase especial de soberanía - una forma discontinua de soberanía que debe ser considerada liminal o marginal en tanto actúa "en la instancia final", una soberanía que localiza su único punto de referencia en lo definitivamente absoluto del poder que puede ejercer. El Imperio aparece, entonces, en la forma de una máquina de alta tecnología: es virtual, construida para controlar el evento marginal, y organizada para dominar, y cuando sea necesario intervenir en los colapsos del sistema (en línea con las tecnologías más avanzadas de la producción robotizada). La virtualidad y discontinuidad de la soberanía imperial, sin embargo, no minimiza la efectividad de su fuerza; por el contrario, esas mismas características sirven para reforzar su aparato, demostrando su efectividad en el contexto histórico contemporáneo y su legítima fuerza para resolver los problemas del mundo en última instancia.

Nos hallamos ahora en condiciones de responder la pregunta si, sobre la base de estas nuevas premisas biopolíticas, la figura y la vida del Imperio pueden ser hoy aprehendidas desde el punto de vista de un modelo jurídico. Ya hemos visto que este modelo jurídico no puede ser constituido por las estructuras existentes de la ley internacional, aún cuando sean entendidas en los términos de los desarrollos más avanzados de las Naciones Unidas y las grandes organizaciones internacionales. Sus elaboraciones de un orden internacional pueden, a lo sumo, ser reconocidas como un proceso de transición hacia el nuevo poder imperial. La constitución del Imperio no está siendo formada sobre la base de ningún mecanismo contractual o apoyado en tratados, ni desde ningún origen federativo. La fuente de la normatividad imperial nace de una nueva máquina, una nueva máquina económica-industrial-comunicativa, en suma, una máquina biopolítica globalizada. Parece claro que debemos mirar a algo distinto a aquello que hasta ahora ha constituido las bases del orden internacional, algo que no confía en la forma de derecho que, en las más diversas tradiciones, se asentaba en el sistema moderno de soberanos Estados-naciones. Sin embargo, la imposibilidad de aprehender la génesis del Imperio y su figura virtual con cualquiera de los viejos instrumentos de la teoría jurídica, los que fueron desplegados en los marcos del derecho natural, positivista, institucionalista o realista, no debe empujarnos a aceptar un marco cínico de fuerza pura o alguna postura Maquiavélica similar. En la génesis del Imperio hay, sin embargo, una racionalidad en marcha que puede reconocerse no tanto en términos de tradición jurídica, sino, más claramente, en la historia habitualmente oculta de la administración industrial y los usos políticos de la tecnología. (No debemos olvidar, tampoco, que avanzando por este camino se revelará la trama de la lucha de clases y sus efectos institucionales, pero trataremos estas cuestiones en la próxima sección). Es esta una racionalidad que nos sitúa en el corazón de la biopolítica y las tecnologías biopolíticas.
Si deseamos tomar nuevamente la famosa fórmula tripartita de Max Weber sobre las formas de legitimación del poder, el salto cualitativo que presenta el Imperio en esta definición consiste en la imprevisible mezcla de (1) elementos típicos del poder tradicional, (2) una extensión del poder burocrático que se adapta fisiológicamente al contexto biopolítico, y (3) una racionalidad definida por el "evento" y por "carisma" que se alza como un poder de la singularización del todo y la efectividad de las intervenciones imperiales. 35 La lógica que caracteriza a esta perspectiva neo-Weberiana sería funcional antes que matemática, y rizomática y ondulatoria antes que inductiva o deductiva. Se ocuparía del manejo de las secuencias lingüísticas en tanto conjuntos de secuencias maquinizadas de denotación y, al mismo tiempo, de innovación creativa, coloquial e irreducible.

El objeto fundamental que interpretan las relaciones imperiales de poder es la fuerza productiva del sistema, el nuevo sistema biopolítico, económico e institucional. El orden imperial está formado no sólo desde la base de sus poderes de acumulación y extensión global, sino también desde su capacidad para desarrollarse a sí mismo más profundamente, de renacer, y de extenderse por todo el entramado biopolítico de la sociedad mundial. Lo absoluto del poder imperial es el término complementario para su completa inmanencia a la máquina ontológica de producción y reproducción, y, de este modo, para el contexto biopolítico. Tal vez, finalmente, esto no pueda ser representado por un orden jurídico, pero, sin embargo, es un orden, un orden definido por su virtualidad, su dinamismo, y su inconclusividad funcional. La norma fundamental de legitimación será, por lo tanto, establecida en las profundidades de la máquina, en el corazón de la producción social. La producción social y la legitimación jurídica no deben ser concebidas como fuerzas primarias y secundarias, ni como elementos de la base y la superestructura, sino que deben ser entendidos en un estado de absoluto paralelismo y entremezclado, coextensivo a través de la sociedad biopolítica. En el Imperio y su régimen de biopoder, la producción económica y la constitución política tienden crecientemente a coincidir.

1.3.

Alternativas dentro del Imperio


Una vez encarnado en el poder de los consejos obreros, que deben
suplantar internacionalmente a todo otro poder, el movimiento pro-
letario se vuelve su propio producto, y este producto es el propio
productor. El productor es su propio fin. Sólo entonces la
espectacular negación de la vida es negada a su vez.
Guy Debord

Este es el tiempo de los hornos, y sólo se verá luz.
José Martí



Flirteando con Hegel, podríamos decir que la construcción del Imperio es buena en sí misma pero no para sí misma. 1 Una de las más poderosas operaciones de las estructuras de poder de los imperialismos modernos fue impulsar cuñas entre las masas del mundo, dividiéndolas en campos opuestos, o, en verdad, una miríada de partes conflictivas. Incluso segmentos del proletariado de los países dominantes fueron llevados a creer que sus intereses estaban unidos exclusivamente con su identidad nacional y destino imperial. Por ello, las instancias más significativas de rebeliones y revoluciones contra estas estructuras de poder modernas, fueron aquellas que colocaron la lucha contra la explotación junto a la lucha contra el nacionalismo, el colonialismo y el imperialismo. En estos eventos, la humanidad aparecía durante un mágico momento unida por un deseo común de liberación, y podíamos vislumbrar por un instante un futuro donde los modernos mecanismos de dominación serían destruidos de una vez y para siempre. Las masas revoltosas, sus deseos de liberación, sus experimentaciones para construir alternativas, y sus instancias de poder constituyente estuvieron todos, en sus mejores momentos, apuntados hacia la internacionalización y globalización de las relaciones, más allá de las divisiones del mando nacional, colonial e imperialista. En nuestro tiempo este deseo puesto en marcha por las multitudes ha sido dirigido (de un modo extraño y perverso, pero, sin embargo, real) por la construcción del Imperio. Podemos decir, incluso, que la construcción del Imperio y sus redes globales es una respuesta a las diversas luchas contra las modernas máquinas de poder, y, específicamente, a la lucha de clases conducida por los deseos de liberación de la multitud. La multitud llamó al Imperio.

Decir que el Imperio es bueno en sí mismo, sin embargo, no significa que es bueno para sí mismo. Aunque el Imperio puede haber representado un papel en terminar con el colonialismo y el imperialismo, construye, sin embargo, sus relaciones de poder basadas en la explotación, que, en muchos aspectos, es más brutal que aquella que destruyó. El fin de la dialéctica de la modernidad no ha resultado en el fin de la dialéctica de la explotación. Hoy día casi toda la humanidad está en cierto grado absorbida o subordinada a las redes de la explotación capitalista. Vemos ahora una separación aún más extrema entre una pequeña minoría que controla enormes riquezas y las multitudes que viven en la pobreza en los límites de la debilidad. Las líneas geográficas y raciales de opresión y explotación establecidas durante la era del colonialismo y el imperialismo, en muchos aspectos no han declinado sino crecido exponencialmente.

Pese a reconocer todo esto, insistimos en afirmar que la construcción del Imperio es un paso adelante para librarse de toda nostalgia por las estructuras de poder que lo precedieron y un rechazo a toda estrategia política que incluya un retorno a ese viejo orden, tal como intentar resucitar al Estado-nación para protegerse contra el capital global. Sostenemos que el Imperio es mejor del mismo modo que Marx sostenía que el capitalismo era mejor que las formas sociales y los modos de producción que lo precedieron. La visión de Marx se basaba en un sano y lúcido disgusto por las jerarquías rígidas y parroquiales que precedieron a la sociedad capitalista, como, asimismo, en un reconocimiento del incremento del potencial para la liberación en la nueva situación. Del mismo modo podemos ver hoy que el Imperio elimina a los crueles regímenes del poder moderno y también incrementa el potencial de liberación.

Nos damos perfecta cuenta que al afirmar estas tesis estamos nadando contra la corriente de nuestros amigos y camaradas de la Izquierda. Durante las largas décadas de la actual crisis de la izquierda comunista, socialista y liberal que han seguido a los '60, una amplia porción del pensamiento crítico, tanto en los países dominantes de desarrollo capitalista como en los subordinados, ha intentado recomponer sitios de resistencia fundados en las identidades de sujetos sociales o grupos nacionales y regionales, a menudo basando los análisis políticos en la localización de las luchas. Dichos argumentos están a veces construidos desde el punto de vista de movimientos o políticas de "base-local", en los cuales las fronteras del lugar (concebido como identidad o territorio) son levantadas contra el espacio indiferenciado y homogéneo de las redes globales. 2 En otras épocas estos argumentos políticos dibujaban la prolongada tradición del nacionalismo izquierdista, en el cual, (en los mejores casos) la nación era concebida como el mecanismo de defensa primario contra la dominación del capital global y / o foráneo. 3 Hoy, el silogismo operativo en el núcleo de las diferentes formas de estrategia "local" de Izquierda parece ser por completo reactivo: Si la dominación capitalista se está volviendo cada vez más global, entonces nuestras resistencias a ella deben defender lo local y construir barreras a los flujos acelerados del capital. Desde esta perspectiva, la globalización real del capital y la constitución del Imperio deben ser consideradas signos de desposeimiento y derrota.

Nosotros sostenemos, sin embargo, que hoy esa posición localista, aunque admiramos y respetamos el espíritu de algunos de sus sostenedores, es tanto falsa como dañina. Es falsa, antes que nada, porque el problema está expuesto pobremente. En muchas caracterizaciones el problema se asienta sobre una dicotomía falsa entre los global y lo local, asumiendo que lo global incluye homogeneización e identidad indiferenciada, mientras lo local preserva la heterogeneidad y las diferencias. Con frecuencia en esos argumentos está implícita la asunción que las diferencias de lo local son, en algún sentido, naturales, o, al menos, que su origen no está en cuestionamiento. Las diferencias locales son preexistentes a la escena actual, y deben ser defendidas o protegidas contra la intrusión de la globalización. No debe sorprendernos, dada dicha asunción, que muchas defensas de lo local adopten la terminología de la ecología tradicional e incluso identifiquen este proyecto político "local" con la defensa de la naturaleza y la biodiversidad. Esta visión puede derivar fácilmente en una clase de primordialismo que fija y romantiza las relaciones sociales y las identidades. Lo que es necesario analizar, en verdad, es precisamente la producción de localismo, es decir, las máquinas sociales que crean y recrean las identidades y diferencias que son entendidas como lo local. 4 Las diferencias localistas no son preexistentes ni naturales, sino, en verdad, efectos de un régimen de producción. La globalidad, similarmente, no debe ser entendida desde el punto de vista de homogeneización cultural, política o económica. La globalización, como la localización, debe ser entendida, en cambio, como un régimen de producción de identidad o diferencia, o, verdaderamente, de homogeneización y heterogeneización. El mejor marco, entonces, para designar la distinción entre lo global y lo local debe referirse a diferentes redes de flujos y obstáculos en las cuales el momento o la perspectiva local da prioridad a las barreras deterritorializantes o límites, y el momento global privilegia la movilidad de flujos deterritorializantes. Es falso, en todo caso, sostener que podemos [re] establecer identidades locales que en algún sentido están afuera y protegidas contra los flujos globales de capital y el Imperio.

Esta estrategia Izquierdista de resistencia a la globalización y defensa de lo local es también dañina porque en muchos casos lo que aparece como identidades locales no son autónomas o auto-determinantes sino que, en realidad, alimentan y sostienen al desarrollo de la máquina imperial capitalista. La globalización o deterritorialización operada por la máquina imperial no está de hecho opuesta a la localización o reterritorialización, sino, en verdad, colocada en un juego móvil y en circuitos modulantes de diferenciación e identificación. La estrategia de resistencia local no identifica, y con esto enmascara, al enemigo. No estamos de ningún modo opuestos a la globalización de las relaciones como tales - de hecho, como dijimos, las más poderosas fuerzas del internacionalismo de Izquierda han conducido este proceso. El enemigo, ciertamente, es un régimen específico de relaciones globales que llamamos Imperio. Más importante: esta estrategia de defender lo local es dañina porque oscurece e incluso niega las alternativas reales y los potenciales para la liberación que existen dentro del Imperio. Debemos abandonar de una vez y para siempre la búsqueda de un afuera, un punto de vista que imagina una pureza para nuestras políticas. Es mejor, tanto teóricamente como prácticamente, entrar en el terreno del Imperio y confrontar sus flujos homogeneizantes y heterogeneizantes en toda su complejidad, apoyando nuestros análisis en el poder de la multitud global.


El Drama Ontológico de la Res Gestae

La herencia de la modernidad es un legado de guerras fratricidas, "desarrollo" devastador, "civilización" cruel, y violencia previamente inimaginable. Erich Auerbach escribió una vez que la tragedia es el único género que puede reclamar, con justicia, realismo en la literatura Occidental, y tal vez esto sea cierto por la tragedia que la modernidad Occidental ha impuesto en el mundo. 5 Campos de concentración, armas nucleares, guerras genocidas, apartheid: no es difícil enumerar los diversos escenarios de la tragedia. Pero al insistir sobre el carácter trágico de la modernidad, sin embargo, no pretendemos seguir a los filósofos "trágicos" de Europa, desde Schopenhauer hasta Heidegger, quienes transformaron estas destrucciones reales en narrativas metafísicas sobre la negatividad de ser, como si estas tragedias actuales fuesen meras ilusiones, ¡o cómo si fueran nuestro destino final! La negatividad moderna no está ubicada en ningún reino trascendental sino en la dura realidad ante nosotros: los campos de las batallas patrióticas en la Primera y Segunda Guerra Mundial, desde los campos de las matanzas en Verdún hasta los hornos Nazis y la dulce aniquilación de millares en Hiroshima y Nagasaki, el alfombrado de bombas de Vietnam y Camboya, las matanzas desde Sétif y Soweto hasta Sabra y Shatila, y la lista sigue y sigue. ¡Ningún Job puede soportar tal sufrimiento! (Y cualquiera que comience a compilar esta lista comprende rápidamente cuán inadecuada es para la cantidad y calidad de las tragedias) Bien, si esa modernidad ha llegado a su fin, y si el moderno Estado-nación que sirvió como condición ineluctable para la dominación imperialista e innumerables guerras está desapareciendo de la escena mundial, ¡de buena nos hemos librado, entonces! Debemos limpiarnos a nosotros mismos de cualquier nostalgia descolocada de esa modernidad.

Sin embargo, no podemos estar satisfechos con esa condena política del poder moderno que confía en la historia rerum gestarum, la historia objetiva que hemos heredado. Debemos considerar también el poder de los res gestae, el poder de la multitud para hacer la historia, que continúa y se reconfigura hoy, dentro del Imperio. Es cuestión de transformar una necesidad impuesta en la multitud - necesidad solicitada, en cierta medida, por la misma multitud a lo largo de la modernidad, como una línea de vuelo desde la miseria y la explotación localizada - en una condición de posibilidad de liberación, una nueva posibilidad en este terreno nuevo de la humanidad.

Aquí es cuando comienza el drama ontológico, cuando el telón sube en un escenario en el cual el desarrollo del Imperio se vuelve su propio crítico y su proceso de construcción se vuelve el proceso de su derrumbe. Este drama es ontológico en el sentido que aquí, en este proceso, el ser es producido y reproducido. Este drama deberá ser más clarificado y articulado a medida que nuestro estudio avanza, pero debemos insistir desde el comienzo que esto no es simplemente otra variante de iluminismo dialéctico. No estamos proponiendo la enésima versión del inevitable pasaje por el purgatorio (aquí bajo la apariencia de la nueva máquina imperial) a fin de ofrecer una luz de esperanza para futuros radiantes. No estamos repitiendo el esquema de una teleología ideal que justifique cualquier pasaje en nombre del fin prometido. Por el contrario, nuestro razonamiento se basa aquí en dos aproximaciones metodológicas que pretenden ser no-dialécticas y absolutamente inmanentes: las primera es crítica y deconstructiva, pretendiendo subvertir los lenguajes y estructuras sociales hegemónicos, y de este modo revelar una base ontológica alternativa que resida en las prácticas creativas y productivas de la multitud; la segunda es constructiva y ético-política, buscando dirigir a los procesos de producción de subjetividad hacia la constitución de una alternativa política y social efectiva, un nuevo poder constituyente.

Nuestro enfoque crítico se dirige a la necesidad de una deconstrucción ideológica y material real del orden imperial. En el mundo posmoderno, el espectáculo gobernante del Imperio se está construyendo mediante una variedad de discursos y estructuras auto-legitimantes. Tiempo atrás, autores tan diversos como Lenin, Horckheimer y Adorno, y Debord, reconocieron este espectáculo como el destino del capitalismo triunfante. Pese a sus importantes diferencias, esos autores nos ofrecieron una anticipación real del camino del desarrollo capitalista. 7 Nuestra deconstrucción de este espectáculo no puede ser sólo textual, sino que debe buscar continuamente enfocar sus poderes en la naturaleza de los eventos y las determinaciones reales de los procesos imperiales hoy en movimiento. La aproximación crítica pretende, por ello, traer a la luz las contradicciones, ciclos y crisis del proceso porque en cada uno de estos momentos la necesidad imaginada del desarrollo histórico puede abrirse hacia posibilidades alternativas. En otras palabras, la deconstrucción de la historia rerum gestarum, del reino espectral del capitalismo globalizado, revela la posibilidad de organizaciones sociales alternativas. Tal vez esto sea lo más lejos que podamos llegar con el andamiaje metodológico de un deconstruccionismo crítico y materialista - ¡pero esto ya es una enorme contribución! 8
Aquí es donde el primer abordaje metodológico debe pasarle la batuta al segundo, el enfoque constructivo y ético-político. Aquí debemos profundizar en el sustrato ontológico de las alternativas concretas empujadas continuamente hacia delante por la res gestae, las fuerzas subjetivas actuando en el contexto histórico. Lo que aquí aparece no es una nueva racionalidad, sino un nuevo escenario de diferentes actos racionales - un horizonte de actividades, resistencias, voluntades y deseos que rechazan el orden hegemónico, proponen líneas de fuga y forjan itinerarios constitutivos alternativos. El sustrato real, abierto a la crítica, revisado por el enfoque ético-político, representa el referente ontológico real de la filosofía, o, en verdad, el campo adecuado para una filosofía de la liberación. Este abordaje rompe metodológicamente con toda filosofía de la historia en tanto rechaza toda concepción determinista del desarrollo histórico y toda celebración "racional" del resultado. Demuestra, por el contrario, cómo el evento histórico reside en la potencialidad. " No son los dos que se recomponen en uno, sino el uno que se abre en dos", según la hermosa fórmula anti-Confucionista (y anti-Platónica) de los revolucionarios chinos.9 La filosofía no es el búho de Minerva que se echa a volar una vez que la historia se ha realizado, a fin de celebrar su feliz fin; más bien, la filosofía es proposición subjetiva, deseo y praxis aplicados al evento.



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?