19.8.12
"JE EST UN AUTRE": LA ETNOPOÉTICA Y EL POETA COMO OTRO
Hoy quiero proclamar mi propia
otredad y proclamarla por lo que es.
[Apuntando a la cabeza y el corazón]
Hay muchos “otros” en mí.
[Pausa.]
Antes
de que hubiera etnopoética estaba el mundo.
Quiero
decir que emergimos de la segunda guerra mundial
y sabíamos que era
más grande que ello. El mundo,
quiero decir.
El
mundo como Europa no era el mundo que la mente ahora conocía.
Y algo
había sucedido que permitió que la mente conociera muchos mundos —cada uno de
los cuales era un “otro” para la mente.
Europa
era también “otro”.
América
era “otro”.
Lo que
era exótico y lo que estaba cerca, a la mano, era “otro”.
Tú y yo
éramos “otros” a nosotros mismos, nuestras mentes.
La
mente que la mente conocía era una otredad final: un hábitat de mentes y
mundos.
(Esto
emergió. El mundo lo emergió).
Lo que
conoces es lo que eres. Lo que la mente puede sujetar es lo que la mente es.
Basta,
dice la mente. Hay político en esto y, sin embargo, no hay política.
Hay un
conocimiento aquí que mezcla lo real y lo irreal, que abre.
Hay
también la temblorosa obstinación de un mundo en el cual, Rimbaud nos dijo,
“yo” es un “otro”.
¿Qué
quiso decir por ello?
¿Qué
quiero yo decir?
“Yo” es
“otro”, es “un otro”, es “el otro”.
(Hay
también “tú”).
Si la
mente da forma, configura al mundo que conoce o sujeta, ¿hay una mente imperial/colonizadora trabajando aquí, o está mente como formadadora y
mezcladora todavía continuando su vieja obra: hacer una imagen del mundo a
partir de lo que le aparece?
¿Y qué
aparece a ella?
El
mundo.
En
1965, nuestro colega viajero, Charles Olson, leyó, ante una congregación en un
festival en Berkeley, un poema que provenía directamente de una traducción —era
él mismo una traducción— de una tableta hitita de un milenio o más antes de la
cuenta común.
Era el
tipo de “otro” que ya estaba viniendo a su mente y por ende a su obra.
(Olson
era, como todos sabemos, un hombre de muchos medios.
Como
todos estamos dotados de muchos medios.
Quiero
decir, todos nosotros).
Él
había estado leyendo de The Maximus Poems
antes de eso y alguien (no identificado en la transcripción) le preguntó,
refiriéndose al material hitita, “¿por qué ir a otra cultura para tener un
mito?”
Ahora,
para Olson, para quien el mundo se había abierto y para quien ya no había
vuelta atrás, la pregunta disparó una respuesta que fue rápida y aguda.
(No
había una etnopoética entonces para Olson, pero había un mundo.
Y ese
mundo conocía tanto “yo” como “otro”, y en The
Maximus Poems se volvió un mundo de muchos medios.
“Yo” es
un “otro”; “otro” es absorbido en “yo”; es solamente conocido a través de tal
absorción y tal re-creación.
Haciendo
lo nuevo).
Lo que
Olson dijo fue esto.
“Bien, me desconcierta escuchar
eso”, es lo dijo. “Pensé que había hecho un puente entre culturas”. (Aquí la
transcripción dice que Olson rió). Dijo: “No creo en las culturas. Creo que es
un montón de cosas tiesas. Creo que simplemente estamos nosotros, y donde
estamos posee una particularidad que más vale que usemos porque eso es lo único
que tenemos. De otra manera estamos buscando lo ajeno. Pero la particularidad
es tan grande como los números en la aritmética. Lo literal es, para mí, lo
mismo que lo numeral. Quiero decir, lo literal es la invención de lenguaje y
poder, lo mismo de los números. Y así, pues, no hay otra cultura. Hay
simplemente la esencia literal y la exactitud de tu propia cultura; es decir,
las calles en que vives, la ropa que usas o el color de tu cabello, nada de
esto es diferente, digamos, de la habilidad de Giovanni di Paolo de cortar las
piernas de Santa Clara o algo por el estilo. La verdad reside únicamente en lo
que haces con ella. Y eso quiere decir, tú.
No creo que haya tal cosa como una creatura de la cultura”.
[¿Y los
hititas? Me pregunté.
Los
hititas también debieron haber estado ahí.
Ese
otro “literal”.
Los
hititas.
Los
algonquines.
Los
sumerios.
Los
escandinavos.
Los
mayas.
Lo
geográfico y lo arqueológico.
Los
múltiples Olson.
Aquellos
que había atrapado. Apropiado].
Y luego siguió: “Creo que vivimos
tan inmersos en un tiempo aculturarizado que la razón por la que estamos aquí,
los que escribimos y nos importa, es para ponder un fin a todo esto. Poner un
fin a la nación, poner un fin a la cultura, poner un fin a todo tipo de
divisiones. Y para esto tienes que poner un fin al establishment, dejarlo fuera de funcionamiento... Lo radical de la
acción reside en averiguar de qué manera las cosas organizadas son genuinas,
iniciales... [de tal modo que el Imago Mundi] es inicial en cualquiera de
nosotros. Tenemos nuestra imagen del mundo y eso es la creación”.
Se
trata de una sutil molestia contra las categorías lo que aquí surgió, en una
versión hecha por Olson de aquella “intensidad / asco” que el poeta dadaísta
Tristan Tzara nombró.
Una
percepción, asimismo, de que las viejas categorías —lo primitivo y lo
civilizado, lo bárbaro, lo salvaje, lo culturalizado y lo naturalizado— son
insuficientes para nuestros usos presentes, incluso falsos.
De que
“yo” y “otro” son también falsos, son trampas para mantenernos lejos del poema.
O, para
decirlo de otro modo: que “yo” se vuleve o es el más profundo “otro”: lo
interno que no puedes tocar, la vida que siempre se aleja de ti.
[En
esta coyuntura comencé a explorar lo judío en mí, un caso de un “otro” en este
mundo y también que podría pensarse que está en mí. Dentro de mí.
Y las
palabras de Kafka pronto regresaron: “¿Qué tengo en común con los judíos?
Difícilmente tengo algo en común conmigo mismo”.
Qué
exótico estoy hoy, quiero decir. Qué pálidos son los otros.
Pero
con Olson, asimismo, entra un error de cálculo. Las culturas, a pesar de que
las niegue, regresan con sus propias exigencias, sus voces y visiones, que
emergen de la desintegración de ese imperio que hizo audible su propia voz.
Etnos
es la brillantez y el terror que nos confronta a la vuelta del camino. Ahora
mismo.
Pero
una etnopoética desalojada de las intensidades de Olson, desalojada de la
cultura-del-individuo y del anhelo de “poner un fin a la nación”, “a la
cultura” y “a las divisiones” de todo tipo, nos dejaría sólo con el terror. Con
la brillantez dejada de lado.
La
etnopoética que yo conocí era, primero y último, la obra de poetas. De cierto
tipo de poeta.
Como
tal su misión era subversiva, cuestionando el imperio incluso mientras se
crecía desde él. Transformando.
Era en
la obra de individuos que hallaron en la multiplicidad la cura para esa
conformidad del pensamiento, del espíritu, esa generalidad que nos roba de
nuestros momentos. Que los niega al mundo en su conjunto.
Un
juego entre la otredad dentro de mí y las identidades impuestas desde fuera.
[No es
una etnopoética como un curso de estudio —sin importar lo mucho que queríamos
de esto— sino como un curso de acción].
“Yo” es
un “otro”, entonces; se convierte en un mundo de otros.
Es un
proceso de devenir. Un yo-collage. Es infinito y contradictorio. Es un “yo” y
un “no-yo”.
“¿Me
contradigo? Muy bien, me contradigo. El Yo es infinito. Contengo multitudes”.
Dijo
Rimbaud/Whitman al puro inicio.
Es
dónde estamos, la base todavía de cualquier etnopoética por la que valga la
pena luchar.
Para
aquellos para quienes sucede, el mundo está abierto, y la mente (por siempre
vacía) está por siempre llena.
No hay
vuelta atrás, quise decir.
Aquí el
milenio lo exige.
Encinitas, California
4.vii.94
Trad. Heriberto Yépez
[1] La primera
versión de este texto fue leída en las reuniones de la Modern Language
Association, el 29 de diciembre de 1989 en Washington D.C. No ha aparecido
publicada en ningún libro de Rothenberg en inglés, pero fue incluido (en su
versión en portugués) en Etnopoesia no
milênio, Sergio Cohn (ed.) y Luci Collin (trad.), Azougue Editorial, Rio de
Janeiro, 2006.